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Jakue Pascual Sociólogo

Cabezudo pelao del año pasao

El zorro danza hasta la cocina. Hace tiempo que la Cuaresma aventó, turuturu, las cenizas de Zanpatzar. Del desenfreno popular del carnaval a la institución política del cadáver. Cuarenta días de vigilia han pasado hasta Pascua. Cien hasta que el poder se ha travestido de divino en el día de Corpus Cristi. En verano la fiesta entra dentro de lo establecido. Los guardianes del orden son... los cabezudos.

La máscara oculta a la persona y abre la identidad. «Mudao zarratrako, triko triko trako, una abarca y un zapato, no me meterás al saco». Mozorro, Mamu y nañarro, antepasados del kiliki-cabezudo. Las jóvenes máscaras atizadoras -iyuteak y surruandi- tocan los bordes de un poder que, separado de la comunidad, es engañoso y maléfico. El pillastre huye de su mal agüero. El simulacro le inicia en el ritual de esquivar al enemigo.

Hace siglos que salió la comparsa. Txuntxuneros y zaldikos. Dicen que Mari-Suciales y Jucef-Lucurari giraban en 1276 en Iruñea y que en el medioevo aparecían los gigantes en la fiesta del Corpus. Cuarenta reales por bailarlos en 1600. Las inmensas figuras, propiedad de la Catedral de Iruñea, con sus capas revestidas de fuegos de artificio, de un susto quitaron el hipo a la princesa de Neoburg. En el XVII se fabricaban gigantes en Gipuzkoa y en Donostia sus cabezotas pasaban «al ras de los tejados».

El Consistorio municipal de Iruñea adquiere en el XIX cuatro gigantes para representar a otros tantos continentes. La ciudad de Donostia importa de Alemania enormes molleras. Y en Gasteiz la recuperación de la comitiva choca con la cerrazón municipal. La capital alavesa no contará con una comparsa hasta que la suscripción popular instaure en 1917 a los de Aramaio y a Escachapobres. Los gigantones ya habían bailado en Lizarra para el aniquilador del fuero, Alfonso XII. Desde 1905 el Roba Culeros, el Zaragozano, el Boticario, el Torero y la Forana mantienen a raya a los infantes.

Un gigante desfila en procesión de autoridad y un sinfín de tipos caricaturescos protegen su institución a zurriagazos. El grotesco cabezudo aparece, de pronto, por entre las faldas del gigante: «Aquí, quiliqui, aquí, con el palo no, con la verga sí». El cabezudo es un señuelo que atrae a los niños y los disuade del cambio. «Cabezudo, chulo, chulo». Se tienen noticias de que en la Bizkaia de 1605 los cabezudos o enanos salían con sus vejigas en las fiestas del Corpus «a dispartir el gentío que de ordinario suele concurrir en las procesiones».

Caravinagre es un azote loco. Napoleón y Patata acorralan a tres chiquillas. El Barbas, Verdugón y Coletas se catapultan en otras tantas direcciones y estalla una supernova de zambombazos. Los gigantes y cabezudos de Itzurun entonan «Artillero». Veo cómo una horda de mozalbetes atraviesa a toda mecha la pasarela de La Brecha escapando de un cabezudo tocado con un sombrero andaluz. Debajo se ha detenido un furgón de la Ertzaintza. No puedo evitar el recordar cómo en agosto de 1994 detuvieron al cabezudo Chino de Llodio. Suenan las 11:00, en la Aste Nagusia bilbaina pasacalles de gigantes y cabezudos. Qué país, me digo.

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