El negocio de las secuelas en Hollywood nunca deja de sorprender, porque con tal de prolongar un éxito son capaces de las maniobras más rebuscadas. El problema de la segunda parte de «Como Dios» era bien gordo, puesto que Jim Carrey apelaba a otros compromisos para desentenderse de «Sigo como Dios». Los ejecutivos de la Universal, lejos de olvidarse del proyecto al quedarse sin su famoso cómico, decidieron continuar adelante. La poderosa razón que les guiaba estaba en los 475 millones de dólares recaudados con la comedia original, aunque en realidad nadie sabe las razones por las que el público acudió en masa a verla. Al desconocer la clave del inexplicable éxito, los responsables del nuevo guión han tenido que ir un tanto a ciegas, sin saber muy bien por donde tirar. La anterior premisa argumental, según la cual Dios se presentaba ante un mortal que se quejaba de su intervención divina para hacerle ver lo difícil de tan suprema e inabarcable tarea, ha sido totalmente olvidada. Al tener que desarrollar un personaje secundario para convertirlo en protagonista, debido al cambio obligado de actor principal, la historia que sigue no tiene relación alguna. Su divinidad Morgan Freeman se le aparece a Steve Carell, que ha dejado de ser reportero para pasarse a la política, de la misma manera que se le apareció a Noé para encargarle el arca. Se supone que no suena tan raro en los tiempos que corren debido al cambio climático y se introduce, de paso, un mensaje ecologista políticamente correcto.