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Peter Van der Meulen, un arquero que hizo diana en Donostia

La exposición «Donostia, ciudad marítima», del Museo Naval, cuenta como pieza estelar con «El paso de Felipe III por la villa de San Sebastián», óleo fechado en 1615, procedente del Escorial y muy poco conocido, que documenta con un grado de detalle sorprendente el paisaje y el paisanaje de la capital guipuzcoana en la época.

Martin ANSO

Buen ojo, pulso firme y sentido de la oportunidad son cualidades que debían adornar a cualquier arquero. Y Peter van der Meulen debía ser uno de los buenos, sin duda, no porque exista constancia documental de su puntería, sino porque, como pintor, pues también era pintor, demostró poseer buen ojo, pulso firme y sentido de la oportunidad cuando, en 1615, realizó «El paso del rey Felipe III por la villa de San Sebastián». Es una obra que, además de su valor artístico, aporta datos sobre el paisaje -y el paisanaje- de la capital guipuzcoana con un grado de detalle que no deja de sorprender a quienes, cuatro siglos después, se acercan a ella, convertida estos días en una de las piezas estelares de la exposición del Museo Naval.

Felipe III llegó a Donostia en noviembre de 1615 camino de la desmbocadura del Bidasoa, con el fin de acordar en la Isla de los Faisanes la boda de su hija Ana con el futuro Luis XIII, dentro de la política de acercamiento entre las casas de Austria y Borbón. El rey no vino solo. Una crónica de la época da cuenta de que su comitiva estaba constituida por 74 coches, 174 literas, 190 carrozas, 548 carros, 2.750 mulas de silla, 128 acémilas enjaezadas con emblemas heráldicos bordados y otras 246 acémilas con cascabeles de plata. Las personas rondaban las 6.500 y entre ellas estaba un pintor, natural de Gante, integrado en la compañía de arqueros que acompañaba al monarca.

«Lo que hace Peter van der Meulen -indica José María Unsain, comisario de `Donostia, ciudad marítima'- es un relato gráfico de la estancia del rey en la ciudad. Para ello, distorsiona la perspectiva, de forma que en el cuadro no se ve sólo Donostia, sino también la bahía de Pasaia e incluso la desembocadura del Bidasoa, y, a través de una serie de números, da cuenta de los edificios que visitó el monarca y, en definitiva, del recorrido que hizo. Asimismo, no refleja la visita en un momento determinado, sino que nos ofrece una especie de relato de los sucesos que tuvieron lugar durante los tres días que Felipe III pasó en la ciudad. Por ejemplo, nos muestra el momento en que llega a caballo y es recibido con salvas de honor disparadas desde el castillo, desde los galeones fondeados en la Concha y por la infantería guipuzcoana, constituida por 3.500 o 4.000 hombres, pero también nos muestra hechos acaecidos en días posteriores, como la botadura del galeón Santa Ana en la propia bahía, que el rey presenció desde el cubo del Ingente, o la visita imprevista que hizo al convento de San Sebastián del Antiguo».

La ciudad está representada con exquisito detalle. Ahí están, por ejemplo, el puerto, con su torre de vigilancia; el campanario contiguo a Santa María, que subsisitó hasta el siglo XIX, o el palacio de los Idiakez, de confort y extensión -desde la calle Mayor al frente de mar- espectaculares para la época. También aparece el antiguo convento de San Bartolomé, de cuya magnificencia ha quedado constancia escrita pero del que hasta ahora se desconocía representación pictórica alguna. Aunque con menor detalle, también aparecen Pasaia, Lezo y Errenteria, donde el pintor representa astilleros, y, más lejos, Hondarribia y la desmebocadura del Bidasoa. Los detalles alcanzan a las barracas de la Concha, donde se manipulaba el bacalao, o a los bueyes que se emplearon en la botadura del Santa Ana.

Pero el pintor no sólo se fijó en el paisaje, sino también en el paisanaje. Prácticamente todas las mujeres llevan tocas corniformes, «moda» que en la cornisa cantábrica perduró desde la Edad Media hasta el siglo XVIII. Los hombres visten con capa, sombrero de ala ancha y gola, con la espada al cinto.

Van der Meulen se fijó en los chavales que se subieron a un árbol para ver mejor el paso de la comitiva real, así como en el padre y el hijo que acudieron al acto cogidos de la mano. También en las mujeres que en la playa bailaron en corro al son del txistu y el tamboril. Es quizá una de las primeras representaciones de un txistulari.

«Existen imágenes de Donostia anteriores a ésta, imágenes del siglo XVI -hace notar Unsain-. La más conocida es un grabado de 1572, pero, aparte de que tiene algunos defectos, lo que nos ofrece es una vista general muy alejada de la Donostia pujante que refleja el lienzo de Meulen. Hay que tener en cuenta que en aquella época, en el comercio de lana, por ejemplo, el de Donostia era todavía el principal puerto del Cantábrico, por delante de Bilbo y Santander. Para encontrar representaciones de la ciudad tan dinámicas como ésta habrá que esperar prácticamente hasta el siglo XIX».

Y, sin embargo, este cuadro es prácticamente desconocido y, desde luego, ésta es la primera vez que puede verse en Donostia. Ello se debe, explica Unsain, a que hasta hace poco no ha sido debidamente identificado. «Figura en el inventario del palacio del Buen Retiro de 1703, pero nadie parece relacionarlo con Donostia. Es más, en 1855, es incluido en un lote enviado al Escorial y, curiosamente, entonces es identificado como `Recibimiento por la ciudad de Bruselas al archiduque Alberto y la princesa Isabel', cuando Bruselas carece de puerto de mar. Ya en 1960, Jose María Donosty señala que se trata, sin duda, de una imagen de Donostia, pero la identifica con la llegada de Felipe IV, no Felipe III, y la atribuye a Bautista del Mazo, discípulo de Velázquez. En 1992, el cuadro es restaurado, con el fin de exhibirlo en la Expo de Sevilla, y es entonces cuando, a la luz de los rayos infrarrojos, aparece en un ángulo una leyenda en la que puede verse claramente que se trata de `El paso del rey Felipe III por la villa de San Sebastián'».

Tras su estancia en Sevilla, el lienzo volvió al Escorial y no ha salido de allí hasta que ha llegado a Donostia para formar parte de la exposición del Museo Naval, que repasa la intensa relación histórica entra la ciudad y el mar. Esa relación -«muchas veces ignorada y minusvalorada», lamenta Soko Romano, directora del museo- está documentada en la exposición a través de 170 piezas, muchas de ellas hasta ahora jamás exhibidas. La obra de Peter van der Meulen es, sin duda, una de las estrellas, y, aunque la muestra podrá ser visitada hasta mayo de 2008, ésa en concreto será retirada el próximo 16 de septiembre. «Razones de conservación impiden que el original siga expuesto más tiempo, así es que volverá al Escorial y lo sustituiremos por una copia», explica Romano.

Ficha

Título de la exposición: «Donostia, ciudad marítima».

Lugar: Museo Naval de Donostia.

Fechas: Hasta el 28 de mayo de 2008. Sin embargo, el original de «El paso de Felipe III por la villa de San Sebastián» sólo estará expuesto hasta el próximo 16 de septiembre.

Visitas: De martes a sábado, de 10.00 a 13.00 y de 16.00 a 19.30 horas; domingos y festivos, de 11.00 a 14.00.

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