Jesús Valencia Educador social
Cuatro y un tambor
El enfado de los próceres es fundado. Nunca han puesto tanto empeño en minimizar y desfigurar a las gentes comprometidas. Y éstas, defendiendo causas que otros traicionan, han hecho acto de presencia en incontables rincones de este pintoresco país
Fue un Ministro de UCD el que, hace ya muchos años, politizó este dicho. Un tal Rosón, que de florido tenía muy poco, utilizó tal figura retórica para descalificar a la izquierda abertzale: amasijo de gentes cutres que eran casi nada, casi nadie y que estaban en fase de extinción. Sobra decir que fueron el perspicaz analista y su formación política los que desaparecieron del mapa.
Si la ocurrencia del mentado hubiese tenido algún fundamento, a fecha de hoy estaría el tambor hecho trizas y los tamborileros para el desguace; no fue así ya que timbal y timbaleros siguen en sus trece.
Tan grueso error no ha sido impedimento para que la mencionada sandez haya encontrado amplio eco en quienes repiten sin sonrojo la mofa del ucedeo. El socorrido tópico ha tenido especial aceptación entre los políticos vascos de «centro» (es decir, todos, excepto los que ellos tildan de «radicales»).
En estos tiempos dictatoriales en los que la ilegalización es norma, la persecución costumbre, el secuestro de la voluntad popular rutina, el robo de cargos hábito, la estrategia rosoniana resulta complemento necesario. Eso explica que, a lo largo de este verano, se haya reiterado hasta el hartazgo -como si de un rito solsticial se tratara- que la izquierda abertazle está en las últimas. En Nafarroa, la emergente NaBai la dejó reducida a rastrojo calcinado; el alcalde Azkuna decidió exhibir la bandera española porque, tras minucioso estudio, supo que sólo un tres por ciento de la población bilbaína se opone a la rojigualda; Azkarraga conoce de muy buena mano que del cautivo Arnaldo ya sólo se acuerdan sus familiares más cercanos; el alcalde Odón ha ido más lejos, está en condiciones de precisar que sólo son catorce los jóvenes que alteran la paz ciudadana en su bella Easo.
Deberíamos tomar en cuenta las rotundas afirmaciones de tan ilustres personajes, pero resulta que sus palabras no cuadran con las apariencias, comenzando por las suyas. La expresión tensa de sus rostros, el timbre crispado de sus voces, el fuego de sus miradas... no inducen a pensar que hablen de un fenómeno intrascendente y terminal. Azkuna, haciendo gala de su habitual prepotencia, confiesa que ya está harto de los de siempre. La fachenda de Iruñea grita histérica «San Fermín, San Fermín» en cuanto aprecia una reivindicación popular en el marco de las fiestas. Odón Elorza considera excesiva tanta movilización y reclama a gritos más policía y mayor contundencia. El enfado de los próceres es fundado. Nunca han puesto tanto empeño en minimizar y desfigurar a las gentes comprometidas. Y éstas, defendiendo causas que otros traicionan, han hecho acto de presencia en incontables rincones de este pintoresco país. Las playas, los arcenes, las fiestas, la constitución de las instituciones, las txoznas, los montes, las regatas... han estado plagados de reivindicaciones populares.
Demasiado estruendo para tratarse de cuatro cualesquiera sin otro instrumento que un desgastado tambor.