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Jesus González Pazos Miembro de Mugarik Gabe

Veinte años no son nada para la transformación, pero son...

La indignación consecuente (solidaridad) no puede reducirse a un mero sentimiento, sino que debe incluir el conocimiento de esas situaciones y sus causas

Toda organización es caracterizada por su historia. Mugarik Gabe, después de 20 años, ha acumulado un bagaje histórico que la define, y consideramos que es un buen momento para hacer un breve repaso de esa historia y de los elementos que propugnamos como centrales en nuestra cooperación con los pueblos del Sur y actuaciones con los del Norte.

En los últimos años en todas las políticas de cooperación se ha impuesto el principio de «lucha contra la pobreza» como objetivo prioritario. Estamos, en esencia, de acuerdo con el mismo; sin embargo, nuestra experiencia y planteamientos políticos de la cooperación nos han llevado a destacar dos principios más. Creemos que sin un enfoque sobre los derechos y sin solidaridad la lucha contra la pobreza pierde fuerza y muchas veces queda en meros postulados sin contenido efectivo.

Consideramos que los procesos de verdadera transformación social, política y económica son graduales, progresivos y a largo plazo. El papel que las estrategias de desarrollo cumplen para ese fin, además de satisfacer necesidades específicas, debe generar dinámicas de activación social de la población mediante alternativas concretas basadas en valores como la equidad, lo colectivo, la solidaridad y la justicia. Pero, por encima de todo ello, debe primar un enfoque de derechos más que sólo de pobreza, porque ésta se agudiza en ausencia de los primeros y, por tanto, se palia en la medida en que se reconocen los derechos y se articulan las bases para su ejercicio.

Por otra parte, este planteamiento reconoce a los pueblos y colectivos sociales como protagonistas en los procesos de transformación y de cooperación; como sujetos activos, en la búsqueda y establecimiento de relaciones justas, recíprocas y simétricas entre ellos y hacia los demás. Sintetizándose esto en su traslación a modelos sociales, políticos y económicos con las mismas características que garantizan todos los derechos para todas las personas y pueblos. Apuntar aquí, a modo de autocrítica, la dificultad que a veces supone el respeto al protagonismo que señalamos. En demasiadas ocasiones corremos el riesgo de convertir nuestro respaldo a los procesos de transformación y cambio en imposición de modelos, técnicas y modos de actuación que llegan a suplantar a los propios de los pueblos del Sur.

Un segundo elemento es el concepto de solidaridad. Nuestra historia en estos años nos obliga a entenderla permanentemente en su dimensión más política. Así, sobrepasará otros conceptos como la ayuda, el asistencialismo o la compasión. Si partimos del derecho humano a una vida digna y entendemos la dignidad como una característica que define a hombres y mujeres, la solidaridad es el derecho y obligación a indignarse ante la injusticia a que se somete a las personas o pueblos, sea ésta ética, política, social, económica o étnica. Pero la indignación consecuente (solidaridad) no puede reducirse a un mero sentimiento, sino que debe ir más allá. Debe incluir el conocimiento profundo de esas situaciones y sus causas, y el comportamiento ante las mismas, que no debe ser sino con actuaciones dirigidas a eliminar esas causas que generan injusticias. Y esto es válido tanto para el Sur como para el Norte. Por eso reivindicamos, desde el protagonismo de las sociedades civiles, el principio de solidaridad en la cooperación, la capacidad de situarse en el lugar de el «otro» u «otra» para poder articular conocimientos, identificaciones y actuaciones que incidan en transformacionesdel sistema imperante.

Esta solidaridad, sumada a una búsqueda de justicia, nos ha hecho que durante estos 20 años hayamos también invertido grandes esfuerzos en transformar nuestra propia sociedad. Las estructuras político-económicas, su mal reparto de la riqueza, su sus valores eurocentristas, el machismo...

Para finalizar este repaso es necesario incluir unos apuntes más, casi a modo de enunciados, que consideramos como guía y como distintivos para la generación de modelos de trabajo horizontales y respetuosos con aquellos modelos de desarrollo que cada pueblo defina para sí.

Lo que debe hacerse: La definición como una cooperación socia y aliada de los procesos endógenos de desarrollo, sin imposiciones, y a partir de un proceso de diálogo abierto y constructivo, reconociendo a los pueblos y hombres y mujeres del Sur como verdaderos protagonistas de sus procesos; el respeto a las creencias y cosmovisión de personas y organizaciones, así como, en base a ellas, al derecho de articular sus propios modelos alternativos sociales, económicos y políticos; la horizontalidad y transparencia de aquí hacía allá y a la inversa; la seguridad en la capacidad de los pueblos del Sur para llevar adelante procesos integrales de desarrollo; el respaldo al fortalecimiento de la autonomía política, social, económica y cultural; la promoción del empoderamiento de los sectores más debilitados, con especial compromiso con los procesos de empoderamiento y consecución de derechos de las mujeres; la incidencia política en aquellos espacios superiores de la estructura política y económica, siempre en defensa de la totalidad de derechos individuales y colectivos.

Lo que no debe hacerse: Trabajar sin perspectiva de género; la imposición de agendas de cooperación; la imposición de nuestro modelo de organización y formas de trabajo; la injerencia en los procesos directivos y en los operativos.

Seguiremos, si es necesario, otros 20 años en este trabajo, pero estamos convencidos de que antes que después debe llegar el momento en que nuestra existencia ya no tenga sentido por que se habrán alcanzado las transformaciones que defendemos y que defienden los pueblos del Sur, siendo conscientes que sólo si los valores que defendemos son los mismos que guían el funcionamiento en el día a día de nuestra organización damos sentido a nuestra tarea.

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