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Jon Odriozola Periodista

Comunistas

A Fina García Aranburu

Decía José Bergamín que, con los comunistas, hasta la muerte, pero ni un paso más. El birlibirloquesco don Pepe Bergamín, que no era un futbolista, era católico y más gongorino y quevedesco -una amalgama inmiscible- que apostólico y romano. Quiera su Dios que lo tenga en el cielo -como a los futbolistas- y no en el infierno que es adonde van los comunistas. Me refiero a los comunistas de verdad -incurriendo, tal vez, en una «petición de principio»- y no a los de mentirijillas. Y, en especial, a los revolucionarios profesionales -Lenin dixit- que dan todo por la causa obrera arriesgando la vida y sabedores de que sufrirán tortura (aunque no hace falta que seas comunista para pasar este trance), cárcel, exilio y, no pocas veces, la incomprensión de sus seres más queridos y allegados. Hablo de comunistas que todavía piensan en hacer o, mejor dicho, organizar la Revolución (iba a decir «como Dios manda» pero me entró risión). Son «ortodoxos» (opinión recta, en griego), palabra desprestigiada por gente que se la pasa «revisando» todo sin dar un palo al agua en la vida (la praxis consiste en dar palos al agua), en estos tiempos que, lo siento, siguen siendo modernos pues que, ¿quién se acuerda ya de la «posmodernidad», esa «futura antigualla» que dijera y vaticinara A. Sastre ya en los 80?

Tranquilícese el lector: no me volví tarado. Quiero decir que no me hice comunista (¿escuchó bien, señor juez?). Me gustaría serlo pero ni tengo fondo ni estoy en forma. De joven supuse que lo fui: bah,un sarampión. Ahora soy un hombre de bien, cabal. Para ser comunista, o sea, insisto, de los de verdad y no de los que intercambian cromos y puestecillos en el patio del colegio institucional, hay que renunciar a todo menos a la dignidad. Y eso es duro. Mucho. La almohada, cuando quieres ahogar la (mala) conciencia, y la consultas, sabe de esto. La dignidad es un bien inmaterial. No es como comer chicharos (así llaman los sevillanos a las alubias) u otros hedonismos groseros y antiepicú- reos: esto, concedamos, puede llamarse felicidad a ratos, pero no dignidad. Esta última es algo que, bajo el estiércol que es el capitalismo, te tienes que «comer» (=tragar) si quieres sobrevivir y simular que te va bonito. El precio de la felicidad-basura es la indignidad. Me pongo apocalíptico pero la almohada, impertinente, me exige.

Los comunistas son perdedores más por naturaleza (el capitalismo es un fenómeno «natural» como saben los socialdemócratas de medio pelo) que por convicción. Hasta el día menos pensado, claro. Les dicen que son cuatro gatos (Picasso fue un gato, por cierto) y les hablan de lo jurásico de su utopía y no reniegan de su herejía a sabiendas de lo que les espera. Hay algo masoquista en ellos. Salvo que se arrepientan y se vuelvan conversos y no relapsos. Es entonces que podrán defender sus ideas siempre que no se les ocurra llevarlas a la práctica, por supuesto. No entiendo por qué el Estado (de Derecho) los teme tanto si son cuatro y no representan ningún peligro para la «sociedad». ¿Quizá si fueran «cinco» habría que ir al estado de excepción? Los comunistas, qué curiosa especie...

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