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Víctor Moreno Escritor y profesor

Sarcasmo

El escritor y periodista argentino Tomás Eloy Martínez, en un artículo titulado «La vida interior de Paul Auster», después de reflejar y lamentar lo mal que está el mundo, es decir, los Estados Unidos, sostenía que, menos mal, «nos queda la literatura».

Y es que el hecho anodino de que se mueran al año diez millones de niños, de que hayan aumentado, en las democracias actuales, las lacras de la tortura y las violaciones de los derechos humanos en progresión geométrica, poco importa, si, por lo menos, ciertos exquisitos pueden seguir leyendo a sus autores favoritos.

Porque como dice el optimista Eloy Martínez «la vida está lejos de ser perfecta». ¡Qué le vamos a hacer! Es más, parece sugerir que cuanto más imperfecta sea, mejor. De este modo, viviremos con más intensidad lo que leemos.

Así que no alarmarse. Al contrario, felicitémonos efusivamente, ya que la literatura «permite a la especie humana ser lo que no se atreve a ser en la realidad, y a soñar con las cosas que en la vigilia parecen imposibles». (T. Eloy Martínez, «El País», 13-9-2007).

Cuando este rancio idealista, llamado Eloy Martínez, habla de la «especie humana», deduzco que para él, en su imaginario maniqueísta, existen dos especies humanas distintas, las que leen y las que no.

La primera sería, ciertamente, privilegiada, porque gracias a la literatura quienes pertenecen a ella pueden dejar de ser unos parias y unos desgraciados absolutos. Ignoro qué mecanismos de transformación o de prestidigitación utilizarán para lograrlo, pero eso es lo que se asegura. Gracias a la literatura se puede ser distinto al que se es y vivir lo que no se puede vivir en la realidad. Así que habrá que suponer que todos los que viajan en pateras son lectores y que, en un súbito acto de inspiración lecturil, han decidido llevar a la práctica aquello que leyeron o soñaron.

O, quién sabe, si este carácter de privilegio atribuido no es tal y, mucho peor, sea fuente primera de grandes frustraciones y tensiones internas que impiden que la sociedad llegue a cohesionarse de verdad. Por ejemplo, y este es un ejemplo muy pertinente, Euskadi pasa por ser una de las comunidades más lectoras. Si seguimos la interpretación de este Eloy Martínez significaría que las tensiones políticas y sociales que se dan en Euskadi son fruto de las lecturas que hacen sus ciudadanos, los cuales, en buena lógica aspiran a ser lo que la realidad les niega. Cabría concluir que mientras los vascos no modifiquen sus lecturas seguirán siendo lo que son o lo que creen que son. Por tanto, desengáñese Ibarretxte, el destino de Euskadi no está en su plan, sino en las cisuras de quienes leen y cómo lo hacen a Faulkner, Joyce y Auster.

La segunda especie, en cambio, no sólo padecerá la realidad del sufrimiento más vil, sino que no podrá consolarse en modo alguno. Al no tener acceso a la literatura, los pobres, no podrán imaginarse una vida distinta a la que llevan, que, por supuesto, será una vida arrastrada, como la de una lombriz aristotélica de tierra de ribazo. Ni tendrán vida interior ni estados de vigilia capaces de llenar con unos renglones que les espabilen los sarcolemas de sus músculos. Los sarcolemas, las cisuras y la esperanza de ser otro. ¡Qué pobre gente, tú! Ni siquiera atisbará que existen mejores proyectos de vida que los suyos. Seguro que quienes vienen en patera a las costas de los cristianos lo hacen para pasar el rato, y no porque hayan leído ni una hoja de calendario de Play Boy o zaragozano, valga la redundancia. Y si no han leído, es imposible que aspiren a ser distintos. Pues como queda dicho: sólo la literatura les puede proporcionar dicha aspiración metafísica. No hay vida digna sin narración.

No niego que la lectura movilice ciertos resortes psicológicos del sujeto lector. Incluso hay personas que aseguran que, después de leer a Fortunata y Jacinta, no son los mismos, como decía de sus bigotes el ínclito Muñoz Molina. Aunque, claro, vaya usted a descubrir en qué se le nota a una persona sus metamorfosis interiores, y su correspondencia vital, y determinar si fueron fruto de la lectura de un libro o de la ingesta de unas habas tiernas con jamón o de hacer la picardía con un pararrayos.

Nada objetaría a este tipo de mermeladas psicológicas, que dicen disfrutar algunos lectores, si dichos cambalaches se los guardaran en la discreta recámara de su bazo, y no se los contaran ni a sus más humildes entrañas. Se parecen a quienes, después de padecer una enfermedad incurable acaban curados, lo cual es al acabóse, tras invocar a las llagas de santa Teresita de Lisieux o los clavos que utilizaron para dar mulé al Nazareno, y cuentan y cuentan y cuentan unas historias que ni las del alucinado H. P. Lovecraft.

Lo que de verdad juzgo como sarcasmo es describir una realidad mundial horrorosa y sostener a continuación que gracias a la literatura quien lea se verá mejorado, porque al verse incompleto intentará superarse y ser otro.

Menuda ingenuidad. Ni la de Savater con su nuevo partido de la ética y de la moral. Sin quererlo, Eloy Martínez está sugiriendo que ésa sea la razón suprema por la que no leen los neocapitalistas y los empresarios posmodernos. Porque como empiecen a leer a lo mejor les entra la comezón de repartir el 0,7% de sus ganancias a los trabajadores no lectores, y un 0,10% a los lectores consumados.

Es posible que la literatura alivie ciertos problemas psicológicos y de identidad de algunas personas -también lo hacían los confesionarios, como decía San Antonio Mª Claret y repetía por estos pagos su ilustre seguidor, el arzobispo Sebastián-, aunque dudo mucho que la literatura cure problemas cuyo origen no está en ella, ni los ha creado.

Hay problemas que ninguna literatura de este mundo, la escriba Auster, Cervantes o Joyce, será capaz de solucionar. En especial, los que produce el Fondo Monetario Internacional y la Deuda Externa mundial. Así que demos a la literatura lo que es de la literatura, y a la realidad real lo que es de ella. Especialmente, cuando nada tiene que ver con la ficción.

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