El presidente del Gobierno español asegura que, si gana las elecciones de marzo, «volverá a trabajar por el fin de la violencia» tal como, dice, ha realizado desde su primer día en Moncloa. Las palabras de Zapatero llegan en un contexto de agitación política a cargo del PSOE, y hasta habrá quien las incluya directamente dentro de su paquete de promesas hacia las elecciones generales. En pleno bombardeo de medidas populistas, el líder del PSOE intercala una alusión, como es habitual en él más bien inconsistente, con respecto a la llamada cuestión vasca.

Desde que ETA anunciara el final de su alto el fuego permanente el pasado 5 de junio, el presidente español no se ha prodigado en manifestaciones, más allá de las alusiones a la voluntad, en la que insistió ayer, de combatir a ETA con todos los medios a su alcance. Un mensaje que comparte con todos sus predecesores en el cargo y que, más allá de generar situaciones de sufrimiento y vulneraciones de derechos, no acerca la solución al conflicto político. Como dejará patente GARA en el documento que llevará mañana a los quioscos, el Gobierno Zapatero entró al proceso diciéndose sabedor de los errores cometidos en precedentes iniciativas de diálogo, para finalmente caer como Felipe González y José María Aznar en el espejismo de querer cerrar el llamado «ciclo de la violencia» sin abordar un problema político que le precede en el tiempo.

Lo que espera la sociedad vasca, y seguramente también buena parte de la española, no es que se insista en lo que no resuelve las cosas. Más bien lo que desea la mayoría de la ciudadanía es que quien gobierne a partir de marzo en Moncloa aborde con altitud de miras un conflicto que reclama desde hace tiempo una solución. Pero sin tratar de ocultar, como ha hecho Zapatero, que una solución duradera exige acuerdos políticos.

Si la oportunidad fallida ha enseñado algo es que el logro de la paz y la normalización política reclama, a todas las partes interesadas, voluntad para asumir compromisos y valentía para llevarlos hasta el final.