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José Luis Orella Unzuá Catedrático senior de Universidad

La identidad castellana y española

José Luis Orella ha analizado a lo largo de este verano diferentes aspectos relacionados con la identidad. Tras abordar en artículos anteriores cómo se expresa la identidad en el marco europeo y en Euskal Herria, en el artículo de hoy se centra en el repaso a la construcción de la identidad española, empezando por la propia discusión en torno a los conceptos «castellano» y «español».

Al que haya seguido mis últimos artículos de prensa en este periódico se habrá dado cuenta de que el tema central de este verano ha sido el de la identidad. He escrito dentro de un marco de globalización sobre la identidad de Europa, del País Vasco y de Navarra. Me faltaba, por lo tanto, expresar mi punto de vista sobre la identidad castellano-española.

Y empecemos por el mismo nombre. Hoy en día lo oficial es afirmar que la lengua es la española. Aunque hay muchas formas y diferentes de hablar español, según las latitudes, los meridianos y las naciones, todas ellas están organizadas en academias de las lenguas nacionales, conservando su autonomía y perteneciendo a la Academia de la Lengua española, no castellana. De cara al exterior y tras la experiencia de las guerras de Independencia en Ultramar, se ha sabido conservar la unidad en la diversidad en el tema de la lengua. Pero volvamos a la disyuntiva castellano-español.

Los descubridores que acompañaron a Cristóbal Colón no llevaron a las Indias Occidentales el español, porque en aquellos tiempos aún no se había constituido España. Era la Corona de Castilla (y no la de Aragón) la descubridora y por lo tanto castellano era la lengua que hablaban los descubridores. España no nació a la historia hasta que Carlos de Gante, por la herencia de sus abuelos paternos y maternos, unificó a los reinos de las coronas de Castilla y de Aragón en una sola Corona, la Corona de España, pero haciéndola depender, como colonia que era, de un Sacro Romano Germánico Imperio. Sólo mucho más tarde y con mayor entusiasmo, tras la instauración de la dinastía de los Borbones en la península, se impuso que la lengua que se hablaba en las Indias Occidentales era el español.

Lo que nunca nadie se ha atrevido a afirmar es que la lengua en la que hablaron y hablan hoy los vascos y los navarros sea la lengua española o castellana. Ambos grupos identitarios habrán podido y podrán hablar también otras lenguas como el francés, el aragonés, el gascón, el occitano, el navarro o el castellano, pero su lengua originaria es el euskara o el vascuence, que no puede entrar a formar parte de la Academia de la Lengua española.

Sin embargo, esta sucesión y simbiosis entre los dos nombres de la lengua se puede afirmar de los caracteres de la identidad castellana, primero, y española, después. Los caracteres de la identidad castellana y luego, a partir del siglo XVIII, española los podríamos agrupar en estos cinco:

Centralidad absorbente: Cuando Castilla se incorporó a los reinos de la reconquista como Oviedo, Galicia y principalmente al reino de León, para formar la Corona de Castilla, aniquiló las lenguas y las instituciones de los reinos dominados. Electrocutó a León sus Cortes, su economía, su lengua e hizo del reino que llegó a ser Imperio de León, un apéndice de Castilla, sin protagonismo ni personalidad política. Y esto mismo podemos decir de los demás reinos que formaron la Corona de Castilla como los de Toledo o de Sevilla por citar algunos. Del mismo modo, cuando se formó la Corona de España los reinos incorporados como el de Granada o Navarra fueron luego con artimañas políticas absorbidos en sus instituciones y lenguas en una única centralidad.

2) Imposición normativa: Así como los romanos no imponían a los vencidos su derecho sino que se lo ofrecían, de modo que todos los dominados aspiraban a llegar a ser ciudadanos romanos, por el contrario los conquistadores castellanos impusieron sus leyes lo mismo en América como en la Península o en Filipinas sin guardar respeto alguno a los usos, costumbres y normas jurídicas de los dominados. Igualmente, los españoles tras la conquista de Granada o de Navarra en el Renacimiento y de la Corona de Aragón en el siglo XVIII impusieron su derecho como, por ejemplo, con los decretos de Nueva Planta o con la ley paccionada del Amejoramiento. En nuestros días, igualmente, el presidente del Gobierno, Zapatero, acosado por la tradición franquista renacida en sus filas, se ha echado en brazos de ese sector del PSOE jacobino, nacionalista español y con un ramalazo autoritario y rancio, tan bien representado por gentes como Bono, Rodríguez Ibarra, Vázquez, el revivido Blanco y hasta Guerra, y ha impuesto una norma constitucional interpretada unívoca y autoritariamente. Para todos estos españoles, tanto socialistas como miembros del PP, la intangible Constitución española de 1978 es la norma que hay que imponer como sea.

3) Salvaguarda de la identidad castellana por la fuerza de las armas y de los tribunales, principalmente de la Inquisición. La identidad castellana no pudo soportar la existencia de pueblos como los judíos, los moriscos y los gitanos, a los que intentó asimilar a la unicidad castellana en la raza, en la ideología y en la religión, y al no lograrlo los persiguió, los juzgó, los torturó, los encarceló y a algunos de ellos los quemó en la hoguera y a los restantes los desterró. Siglos más tarde la identidad española se impuso por la fuerza de las armas y de los tribunales a todos los pueblos precolombinos que poblaban la América conquistada. Igualmente, en nuestros días los dos grandes partidos mayoritarios españoles (sin posibilidad de contraposición entre el PP y el PSOE) han utilizado los tribunales de Justicia tales como la Audiencia Nacional, el Tribunal Supremo y el Constitucional para ahogar con tenazas jurídicas a los medios de comunicación, los movimientos sociales y las instituciones de los vascos y de los navarros. Estos tribunales, sin respeto a los derechos humanos admitidos desde la declaración de la independencia americana y, más tarde, desde la revolución francesa, han aplicado un rodillo mono-jurídico afirmando que toda acción, y aun opinión, no conforme con la identidad española por ellos propuesta eran actos de terrorismo, y como tales a instancia política han sido juzgados y ejecutados.

4) Consideración de la diversidad más que como una riqueza como un peligro. Ya desde el Renacimiento la Corona de Castilla valoró a la Corona de Aragón más como un contrincante que como un colaborador. Cuando Portugal se unió a la Corona de España con Felipe II, las tierras, reinos, lenguas y culturas que traía el imperio portugués fueron vistos con prevención y los súbditos de la Casa Avis o de Braganza, cuando se negaron a proporcionar tropas para aplastar la rebelión catalana de 1640, fueron perseguidos y algunos miembros del gobierno asesinados. Los catalanes, desde la guerra dels Segadors y luego más concretamente desde Felipe V, ¿cuántas veces han visto que los castellanos les hayan ofrecido restaurar sus fueros y considerar la cultura catalana en su sentido amplio en igualdad a la española? Y tras el franquismo, en la etapa democrática ¿cuándo se ha aludido de forma jurídica y políticamente efectiva a la riqueza y diversidad de los distintos pueblos hispanos? ¿Con qué salvaguardas políticas y jurídicas aceptarían la españolidad de Gibraltar que reclaman? Y en concreto, en referencia al pueblo vasco, ¿cuándo Castilla, primero, y España, después, se han gloriado de tener en su seno el pueblo vasco poseedor de una lengua vasca, la más antigua de Europa?

5) Euroescepticismo larvado por temor a perder o aminorar la españolidad. Sin entrar en detalles sobre la España siempre diferente de los pueblos europeos, los españoles de hoy día no aceptan en su horizonte inmediato, y creo que tampoco en el futuro, una identidad europea fundada en la pluralidad de pueblos, lenguas, religiones, culturas e idiosincrasias. Más aún, España renunciaría a ser Europa si la unidad europea no se fundara en la coordinación política de los actuales Estados Nacionales, es decir, si se viera el peligro de perder la españolidad.

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