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Raimundo Fitero

Contrariados

Hay quien confunde la contractura con la contrición. La contradicción con la contracultura. Mientras que los constreñidos apuran sus constipados a la luz de las velas y escuchan a una contralto cantar canciones contra la conspiración de los contratos para contraperaltar las carreteras que circunvalan las construcciones contiguas al complejo urbanístico que acabará siendo el soporte de un anuncio de campo de golf. Y sigo sin enterarme. Aunque advierto una bajada de los tipos de interés.

Las bicicletas se van colgando en los desvanes, terrazas o camarotes. Hay revuelo porque el podio se puebla de colores conocidos y nombres asiduos. Los laboratorios ponen y quitan titulaciones. En Japón las motos vuelan y los pilotos salen disparados hacia las estrellas que se aparecen tras dar con sus monos en el asfalto. La vida suena a motor de explosión gripado. Solamente está por encima el ruido de las botas militares y policiales apuntalando un estado de ánimo represivo, una defensa india de rey, príncipe y locutora que solamente demuestra nerviosismo. Las fotos arden cada vez mejor.

El silencio se amplía y se hace universal: ha muerto Marcel Marceau, mister Bip, un sueño magro que pobló escenarios y minutos televisivos con una creativa rutina de máscaras y acciones que se han perpetuado en el imaginario colectivo. El gran actor del silencio, del gesto y la pantomima se ha convertido en una esquela, en un hilo de memoria, en una sombra blanca. Una guía para todos los buscadores de sueños, una luz en todas las oscuridades. Se ha ido el maestro total.

Se vive una segunda guerra del fútbol y se destapan las inquinas, desparecen algunas máscaras y se demuestra una vez más que el dinero es parte de la ideología. Se defiende con más enjundia un euro que una idea. Además es el fútbol el motivo aparente de una disputa de influencias, por lo que estamos ante una equivocación histórica que acabará en un empate técnico. Ayer empezó una serie sobre pelotaris, cuando lo profesionales presienten tiempos de convulsiones y cambios. La televisión convierte todo en un producto perentorio.

Como la vida misma. Contrariados.

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