ZINEMALDIA
Famosos-famosos, autores enfadados con los críticos y animados encuentros
a presencia de Richard Gere en Donostia parecía eclipsarlo todo en la ciudad, pero que nadie se engañe, en unas horas ni nos acordaremos de él. Pasan demasiadas cosas cada día como para quedarnos con un nombre. L
Karolina ALMAGIA
Todos los años hay, en algún momento del Zinemaldi, un taxista que me suelta lo de: pues mucho festival, mucho festival, pero yo no veo nada de ambiente. ¡Pero sí están las calles llenas, los cines a tope y los bares y restaurantes abarrotados!, le contesto. Bueno, sí, pero famosos-famosos, no se ven.
Este año esa conversación tenía lugar en la medianoche del sábado, justo a la altura del María Cristina, un minuto antes de que nos topáramos con Richard Gere, que arribaba en ese momento a la ciudad. Les juro que si no llega a ser porque bajaba de un coche oficial, yo le confundo con el vecino del cuarto que ha bajado a pasear el perro directamente del sofá. Sólo le faltaban las zapatillas de casa. Con chandal y jersey gris, únicamente la gorra de visera (no hacía mucho sol a esas horas) indicaba que era alguien famoso-famoso, que diría el taxista. El resto ya lo saben: miles de personas esperándole, saludos, gritos adolescentes, millones de flases. Dan fé Andrés Vicente Gómez -poderoso productor- y Concha García Campoy -televisiva presentadora-, que estuvieron en primera fila.
La estrella de Hollywood, por cierto, no salió ayer en toda la mañana del hotel, seguramente preparándose para el baño de multitudes de la tarde. O quizás es que se la pasó rezando, que para eso se habrá traído al monje budista, digo yo. Sí, han leído bien: un monje. Qué pasa, oye, otros se traen al niño.
Bueno, cambio de rollo que yo me había prometido no hablar del ínclito, que si no esto va a parecer un cuadernillo «Especial Richard Gere». En realidad, yo quería hablar de Paul Auster.
Decía el otro día en una columna Harkatiz Cano que uno no debe acercarse a conocer personalmente a los escritores que admira, porque corre el riesgo de que dejen de gustarle. Así es, pero, por supuesto, no me perdí la rueda de prensa que el autor de «Tombuctú» dio tras la película, a cuya proyección acudí tras un titánico esfuerzo por levantarme a las ocho de la madrugada-madrugadísima.
No se quitó las gafas de sol. Empezamos mal. Quizás quería esconderse ahí detrás por la fría acogida que acababa de tener «La vida interior de Martin Frost». Y no fue la alegría de la huerta, precisamente. Tampoco ayudaron las presuntas gracias del presentador de «Caiga quién caiga», aunque esbozó una leve sonrisa cuando éste le preguntó si había cumplido su promesa de no dormirse viendo todas las películas que debe juzgar como presidente del jurado. Sólo se animó cuando le pidieron su opinión sobre los críticos. Ahí sí. Dijo que los críticos de literatura son muy malos y que los de cine, peores. Que son gente que vive enfadada y que tiene un poder enorme para destrozar la obra del otro. Jopé... Pero que a él no le afecta. Que, como dice su mujer, la escritora Siri Hustwedt, «el arte es como el sexo; si no te relajas, no puedes disfrutar de él». O sea, nada de ponerse nerviosa y salirse del cine como hace ésta que firma en más de una ocasión.
Una vuelta por Zabaltegi
Para relajarme pues, me dirijo a los Encuentros de Zabaltegi donde se está como en el cielo. Nada de los apretones de los últimos años en esa sala del Kubo pequeño. Ni de las estrecheces de hace unos años en el Altxerri. Esto es un lujo. En los bajos del Victoria Eugenia, una acogedora sala redonda te recibe con el sonido de un piano que interpreta Juantxo Zeberio, habitual acompañanante de Benito Lertxundi. Zeberio, para más datos, es primo del periodista radiofónico Juan Zavala, originario de Tolosa, que presenta los Encuentros de Zabaltegi de forma ágil y amena. Entre sus invitados de ayer se encontraba el equipo de la película de producción vasca «Casual Day», dirigida por Max Lemcke. Para mi decepción, no acudieron ni Luis Tosar, ni Alberto San Juan ni Alex Angulo. Pero sí estuvieron Juan Diego, Arturo Valls, Secun de la Rosa y Estibaliz Gabilondo, quienes charlaron sobre esta comedia ácida sobre las relaciones de poder y las tensiones del mundo laboral. Porque los casual days, según explicó Max Lemcke, son «unas jornadas importadas de Estados Unidos en las que juntan a los trabajadores de la empresa para hacer estupideces como darse paseos en tractor, dispararse entre ellos con pelotas de pin-pon y otras cosas que son tan absurdas que no me he atrevido a meter en la película». Así, en «Casual Day» se presenta a «un grupo de salvajes que intenta degollarse unos a otros». Los salvajes son los currelas y el jefe, malo malísimo, es Juan Diego, quien ayer nos echó una perorata de la que apenas pudimos entender frases sueltas que no reproduzco para no escandalizar. Arturo Valls, acosado por las fans, fue más claro. Por el momento, dijo, seguirá haciendo papeles de oficinistas gamberretes y caraduras. «Lo siento por Medem», añadió.