El Zinemaldia no ha podido elegir mejor tarjeta de visita para respaldar la presencia de Richard Gere, ya que en «La gran estafa» el astro norteamericano ha logrado una interpretación a la altura de la que cosechó en «Chicago». En ambas propuestas, el nuevo y flamante Premio Donostia demuestra que su infalible sonrisa minimalista se acopla a la perfección al rol del canalla simpático.

Tomando como base argumental la catarsis editorial que provocó la falsa autobiografía de Howard Hughes escrita por Clifford Irving, el filme ahonda en el largo y metódico proceso creativo que Irving invirtió en la elaboración de lo que supuso su gran creación literaria y, paralelamente, nos acerca a los convulsos días que dictaminarían la caída de Nixon. Quizás excesiva en sus pretensiones finales, este biopic concentra en su hilo argumental todas las constantes del género y ahonda en la temática de ascensión y caída del héroe. Gere ha logrado una gran creación interpretativa porque, además de mostrarse muy suelto en la piel del estafador literario, lleva a cabo una «involuntaria» caracterización del mismísimo Hughes. Ello se debe a que el sueco Lasse Halström incluye en la trama el recurso de las dudas que, en situaciones de alta tensión, genera la confusión entre lo que creemos real y la ficción. Durante el proceso creativo que duró la gestación de la falsa autobiografía del todopoderoso magnate de la aviación, Gere acopla su voz a la de Hughes y hace suyo el discurso de su creación. Irving desaparece de escena y el personaje mimetiza los gestos y pensamientos del autobiografiado. En un rol secundario, Alfred Molina completa una excelente encarnación del fiel aliado que ayudará a Irving a completar su estafa. La buena química entre los dos personajes provoca que las alegrías y tensiones compartidas durante su periplo creativo resulten muy creíbles; tal y como se muestra en la escena en la que Molina se derrumba tras una aventura extramatrimonial y la coherente prolongación que se escenifica en la escena final dictada por el cruce de miradas entre ambos personajes.

«La gran estafa» es un producto bien cortado, cuyo interés no se diluye gracias a una historia que enriquece sus intenciones incluyendo el recurso, siempre suculento, de las conjuras políticas. Pero, sobre todo, dosifica muy bien la figura fantasmal y omnipresente del siempre enigmático Hughes y la batalla personal que éste mantuvo con su títere rebelde Richard Nixon.