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«Gernika y el 11-S son dos hechos que cambiaron el mundo»

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ANITA GLESTA, ESCULTORA

Anita Glesta (Chicago, 1958) es una escultora neoyorquina que mantiene relación con Euskal Herria desde hace más de tres décadas. Vino por vez primera en el verano de 1972 para trabajar como au pair en Donostia. La artista regresa ahora para participar como ponente en el III Encuentro Internacional de Arte y Paz de Gernika.

Después de su primer contacto con Euskal Herria, Glesta repitió visita a esta tierra durante los siguientes cuatro años, una época que, según explica, la marcó para siempre. Bastantes años después, los atentados del 11-S en Nueva York impulsaron de nuevo la relación de Glesta con Euskal Herria.

¿Qué relación ve usted entre el bombardeo de Gernika y los atentados del 11-S?

Aunque son hechos diferentes, el bombardeo de Gernika cambió el mundo tal y como era conocido hasta entonces, y el 11-S cambió nuestra época, al menos en el mundo occidental. Cuando ocurrieron los atentados, yo vivía cerca de las Torres Gemelas, y nuestro edificio fue uno de los que hubo que derruir, por lo que aquellos hechos me afectaron muy directamente. Tres semanas después, un grupo de arquitectos me invitó a participar en una reunión sobre lo que habría que hacer allí. Me chocó que, pese a que todas aquellas personas eran educadas e interesadas por las cosas, no lo estaban por tragedias parecidas que han pasado y pasan en otros lugares del mundo. Entonces pensé en cúal había de ser mi papel como artista sobre aquello que se llevó a mucha gente inocente. Por haber vivido en Euskadi de joven y por el cuadro de Picasso, pensé en la gente de Gernika, en lo que debieron haber vivido y en que no sabemos nada más allá del cuadro, que es un grito contra la violencia.

Ahí vio un vínculo entre los dos hechos.

Sí. Entonces contacté con una dirección que desconocía, www. gernika.com, y lancé como un mensaje en una botella. Y mi sorpresa fue cuando inmediatamente me respondió María Oianguren, la directora de Gernika Gogoratuz, como un ángel: `Te estamos esperando aquí', me contestó. Los siguientes meses fueron muy duros porque estábamos sin casa; el contacto con María se mantuvo y para mí fue un soporte moral muy importante. Y así hasta que me invitó a asistir, en 2002, al congreso por la paz que hacen cada año.

¿Cómo fue aquella visita?

Recuerdo una reunión en una sala muy grande con los supervivientes del bombardeo. A mi lado había una mujer alemana que no conocía de nada. Resultó ser la hija de un piloto alemán que participó en el bombardeo y se dirigió a los supervivientes para decirles que estaba allí para pedirles perdón por lo que había hecho su padre. La reacción de los supervivientes fue inmediata: `¿Participó obligado o voluntario?'. Tanto la frase de aquella mujer como la respuesta me impactaron mucho; que aquella gente, sesenta y cinco años después, mantuviera aquel resentimiento, aquella amargura. Luego fue mi turno, les expliqué mi experiencia del 11-S y pareció no impresionarles demasiado; les dije que yo tenía dos hijos que tenían más o menos su misma edad cuando el bombardeo y que desde los ataques tenían miedo cada vez que oían un avión. Entonces el ambiente en la sala cambió por completo y, con mucho cariño, me dijeron que explicara a mis hijos que no odiaran por aquello. La reunión me impactó muchísimo. La verdad es que creía que aquella gente serían sabios y que habrían aprendido a vivir con aquello pero vi que no. Y lo entendí perfectamente, por qué nunca nadie les había pedido perdón, y su reacción fue muy humana. Decidí entrevistar a aquellas personas e incluirlo como parte de la obra que iba a preparar, porque el dolor es universal.

¿Retomó entonces su relación con Euskal Herria?

En los últimos años habré hecho entre quince y veinte viajes a Gernika, para hacer las entrevistas a los supervivientes y para analizar cómo traer mi obra aquí, que es donde inicialmente pensé que se debía ver. Donde no había pensado exponerla era en Nueva York y ahí ya se ha visto en un par de sitios. En el Lower Manhattan expuse en una plaza a dos manzanas de la Zona Cero, ocho esculturas sonoras de bronce con altavoces dentro, representando trozos del Gernika de Picasso, que con la presencia humana activaban el sonido del testimonio de los supervivientes, en castellano y traducido al inglés. No descarto llevarla a Alemania, puesto que Dresden es ciudad hermana de Gernika. Son lugares a los que la tragedia les vino desde el aire; por eso el nombre de la obra `Desde el cielo hasta el fondo'.

¿Cómo fue la elaboración de la obra?

Al principio quería hacerla como un sendero que uniera Gernika con Bilbo, porque la presencia del Guggenheim como un centro de arte internacional cambió el ambiente de Bilbo de muchas maneras y por ahí yo veía también una conexión con Nueva York. Quería poner las voces de los supervivientes que acompañaron el sendero pero por razones que aún no entiendo, al final el tema no salió.

Dice que vivir en Donostia de adolescente la marcó para siempre. ¿Por qué?

Creo que me ayudó mucho a formarme como persona. Vine con 14 años, con Franco aún vivo, y viví un poco la transición. Sucedieron cosas que han hecho que desde entonces convivan dos mundos dentro de mí. Por otra parte, aunque nací accidentalmente en Chicago, a los dos meses fui a Nueva York y soy de allí. También viví unos años en Australia. Pero yo me siento una marciana en mi cultura y extranjera en las otras. Como artista creo que no existe la identidad y que lo importante es la tolerancia. Hay que observar y en la observación se aprende; es una bendición.

Jordi CARRERAS

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