Josu Imanol Unanue Astoreka Activista social
Euskal Herria y Myanmar
Los políticos que cierran los ojos ante el vecino torturado se sienten molestos ante las calles lejanas llenas de humo y policías represores
Los he visto protestar y la formula empleada para acallarlos. Y, cómo no, la reacción aireada de los políticos de turno reclamando derechos que para sí quisieran los ciudadanos de sus propios países, y es que en eso nosotros tenemos mucho que decir.
Reconozco que los monjes vestidos con colores vistosos y rezando a la vez que se manifiestan me son mas simpáticos que monseñor Cañizares orando a favor de la Monarquía española, cada uno tiene su punto de debilidad y a mí lo visto me lleva a proclamar a los cuatro vientos que no hay país, por más remoto que sea, donde sus ciudadanos no sufran la represión de la clase dominante. Otra cosa sería analizar qué lleva a los colegas de juegos infantiles a transformarse en monstruos armados y uniformados, a utilizar las herramientas con tanta motivación cada vez que son dirigidos por otros de «grado superior».
Vamos a ver, que las cosas no pasan de noche a la mañana, seguro que mientras que yo andaba en alguna otra contienda por aquí en Myanmar el militar de turno ha ejercido la típica represión justificada contra toda disidencia, con el objetivo de acallar y someter a quien pone en duda su función, eso sí, todo legalmente, que para eso están las leyes, las constituciones, los gobiernos y todo lo demás.
Seamos más claros y, en vez de mirar con extrañeza lo sucedido, pongamos caras más reconocibles, nombres más cercanos, agentes armados mas autóctonos, gobernantes con cara simpática y palabras rebuscadas, detenidos en abundancia, golpes, carreras, cierres de medios y todo lo que nos es muy propio. La cita, cualquier localidad del norte o del sur de este pequeño país. ¿A que nos suena todo? La única diferencia es que la distancia pone el toque de simpatía. Aquí a muchos les es más fácil callar que comprometerse en la búsqueda de soluciones.
Estos hechos tristes que suceden en Myanmar han de llevarnos a pensar que existe una violencia legal, que se justifica en función de los deseos de quien manda; es la violencia de la mayoría contra la disidencia, la que detiene y priva de libertad a quien la ponga en duda, en definitiva la que persigue la perpetuidad de lo establecido, porque, por más que lo nieguen, todos buscan tocar y saborear el poder.
Los políticos que cierran los ojos ante el vecino encarcelado o torturado se sienten molestos en su butaca frente al televisor viendo las calles lejanas llenas de humo y policías represores, saludan la suerte de tener una situación privilegiada. Es el coste por callar y aplaudir a lo establecido, todo garantizado por leyes de tómbola y jueces que idolatran las palabras grandilocuentes inventadas, recogidas e interpretadas según el momento.
La gran mentira de la participación ciudadana y el respeto a sus decisiones y voluntades adquiere tintes dramáticos cuando se empieza a pensar y el descontento se manifiesta. Pero, eso sí, igual que la gata que rompe las butacas de mi casa, antes del ataque el aviso y la bufada. Llevamos mucho tiempo oyéndolo y sufriendo sus arañazos. Lo de Myanmar nos ha de llevar a ver con más claridad lo cercano; si no, no hablemos de derechos ajenos cuando los propios nos son negados una y otra vez. Pero, al igual que allí, los hay que prefieren callar o colaborar con la represión.