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Sobrevivir en Nueva York

«Padre nuestro»

La ópera prima ganadora del Gran Premio del Jurado en el Festival de Sundance también ha sido vista en el Zinemaldia donostiarra, donde ha impactado por su duro retrato de la inmigración.

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Mikel INSAUSTI | DONOSTIA

El cine latino recibió un gran reconocimiento con el triunfo en el Festival de Sundance de «Padre nuestro», porque esta ópera prima de Christopher Zalla solamente era posible al margen de Hollywood, dentro de la producción independiente. De haber concurrido antes al Zinemaldia donostiarra podía haber obtenido perfectamente el premio de Nuevos Realizadores, pero el Gran Premio del Jurado recibido en Sundance eliminaba la posibilidad del descubrimiento de tan impactante película en primicia. Son decisiones arbitrarias, en cualquier caso, que no le van a restar un ápice de importancia a una creación destinada a dejar huella en el espectador, por cuanto sus duras imágenes son de las que no dejan indiferente a nadie.

«Padre nuestro» va un paso más allá en la problemática de la inmigración, al no quedarse en el mero conflicto fronterizo entre México y los Estados Unidos. La relación entre los países pobres y los ricos es observada desde el interior de la tierra de acogida, cuando las fronteras físicas dan paso a otras más personales, relacionadas íntimamente con el puro instinto de supervivencia y la necesidad de lazos familiares. Este análisis es servido mediante una intriga introductoria que, a modo de aparente relato de suspense, desarrolla una apasionante historia de suplantación de identidad. Un joven ilegal roba sus pertenencias a otro inmigrante mexicano de su misma edad y se hace pasar por él para ganarse, una vez llegado al punto de destino neoyorquino, la confianza del padre que no conoce a su hijo. Su intención es robarle sus ahorros de años de trabajo, tarea que no va a ser nada fácil, porque se trata de un hombre solitario y amargado, desvinculado de todo cuanto dejó en su país de origen. Será tal el esfuerzo que el impostor tenga que hacer para ganarse el cariño paterno que se le niega, que finalmente logrará hacer surgir un vínculo incluso más fuerte que el biológico.

Paralelamente, el verdadero hijo, al que le han sido arrebatados todos sus derechos de legítimo heredero, ha de buscarse la vida en la calle como puede, construyendo de la nada otro tipo de familiaridad que sustituya a los lazos de sangre que le han sido arrancados de golpe. En una progresión afectiva similar, entabla relación con una vagabunda por la sencilla razón de que también tiene raíces latinas y habla castellano, aunque ella lo que quiere es aprovecharse del incauto recién llegado que se pierde en la traducción del inglés. Sin embargo, la persistencia del muchacho hará que sus destinos se unan en medio de un ambiente urbano totalmente hostil y deshumanizado, hasta compartir una búsqueda que expresa la común necesidad de encontrar un hogar o refugio permanente.

Christopher Zalla retrata la ciudad de Nueva York mediante un realismo sucio digno de la novelística de Hubert Selby Jr., aunque visualmente es más oscura que la adaptación cinematográfica de «Última salida: Brooklyn». No digamos ya si se la compara con «Midnight Cowboy», de John Schlesinger, de la que se distancia mediante su iluminación naturalista y unos escenarios sobrecogedores por su verismo. Los figurantes son, asimismo, los trabajadores extranjeros de los restaurantes y los indigentes que habitan edificios en ruinas o abandonados, no más auténticos que los protagónicos Jesús Ochoa y Armando Hernández.

Estreno

Dirección y guión: Christopher Zalla.

Producción: Benjamin Odell y Per Melita.

Intérpretes: Jesús Ochoa, Armando Hernández, Jorge Adrián Espíndola, Paola Mendoza, Eugenio Derbez,

Eddie McGinty, Leonardo Anzures.

País: EE.UU., 2007.

Duración: 98 minutos.

Género: Drama social.

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