Raimundo Fitero
Caras
El portavoz de la Conferencia Episcopal produce espanto. Es su cara, su gesto, su manera de hablar, su olor. Huele hasta por televisión a sotana poco aireada, a sacristía con muchos secretos. Las caras son muchas veces los escudos heráldicos más inmediatos. Rajoy, sin ir más lejos, en su vídeo patriótico, a modo de jefe de Estado, mantiene una cara que no es nada más que un síntoma de su propia parodia como líder del guiñol. Se puede convertir en el gran fantoche gallego. Sus aires son todavía más ridículos que los de Aznar queriendo ser emperador texano, pero con aires de monarca de pesebre. En su cara se vislumbran los rasgos de una desatención al propio yo notarial. Técnicamente es una máscara, pero parece un fragmento restaurado con plastilina de una muñeca de cerámica animado por un programa de tres dimensiones. Y sin embargo qué mal pronuncia España.
Es que hoy es un día de los que es conveniente bañarse en paciencia porque se trata de una de esas fechas en las que uno se siente indio. Con todas su plumas, desplumado, sentado o en pie, bailando alrededor de la hoguera u oteando el horizonte. Si miras a la tele en según qué canales y a según qué horas, las caras que verás solamente te anunciarán cosas malas. Y si te quedas obnubilado será a ti a quien la cara le delatará, se te quedará a perpetuidad el rasgo de gilipollez por intentar encontrar en los himnos algo más que un ritmo para que marquen el paso las tropas. Entonces encontrarás un aire birmano a tu modelo de sociedad y las sábanas anaranjadas te inspirarán una reflexión y hasta una meditación. Pero mejor no hables, que oyen las paredes y los móviles hasta cuando están apagados.
Y para confirmar la certificación popular de que la cara es el reflejo del alma, tenemos a la flamante Premio Nobel de Literatura, Doris Lessing, la mujer más guapa del planeta, la mirada más limpia y comprometida sobre los asuntos importantes y no coyunturales del devenir del ser humano sobre la tierra, la autora de las líneas más tristes y bellas de los últimos tiempos, una mezcla de denuncia, poética de la esperanza y compromiso indeleble. A veces la pólvora sirve para la fiesta.