José Miguel Arrugaeta Historiador
La conjura de los necios
Recientemente un importante diario madrileño hizo público, sin ninguna inocencia, el contenido literal de una reunión entre Bush y Aznar, celebrada el 22 de febrero del 2003 en Texas, unas semanas antes del comienzo de la invasión a Irak. Apenas unos días después de esta filtración, el comandante cubano Fidel Castro reprodujo en un artículo largos fragmentos de otra conversación de Aznar con un interlocutor de alto rango no identificado -que parece ser Clinton- y que contiene otra colección de perlas, en este caso en plena agresión de la OTAN a Yugoslavia por el tema de Kosovo.
Estas revelaciones, que se podrían clasificar como secretos de Estado -y habrá que deducir que hay bastantes más de ese estilo- han sido apenas reinas por un día en medio de la vorágine de noticias con que nos ahogan cotidianamente las multinacionales de la desinformación. Realmente los contenidos de estas charlas, a pesar de que son muy serios, no han sido ni desmentidos ni comentados por los interesados, como si no fuera con ellos.
Sin embargo, creo que es importante detenerse un rato a leerlos y analizarlos con la mente despierta, pues son todo un poema de cómo actúan estos poderosos personajes que además no tienen empacho en autodenominarse estadistas, y al mismo tiempo nos permiten hacernos una idea bastante aproximada de cómo los representantes del imperialismo, pues no es otra cosa que mentalidad imperial la que reflejan, toman decisiones gravísimas con una ligereza y una falta de previsión asombrosas, que cuestan miles de víctimas inocentes, destrucciones intensivas de países y situaciones internacionales inmanejables, lo que hace a esos personajes merecedores al menos de que los citen al Tribunal Internacional de La Haya.
De estas lecturas yo he sacado algunas conclusiones, no sobre los temas concretos de los que hablan, que son en sí mismo más que graves, casi delictivos, sino más bien sobre su forma de pensar y decidir, para hacerme una idea exacta de cómo manejan el mundo en que vivimos.
Lo primero es que mienten como hablan. Mienten, mienten y mienten, y cuando se descubren sus mentiras, pues como dice el refrán popular se coge antes a un mentiroso que a un cojo, miran para otro lado y dicen que estaban persuadidos de que era cierto. Irak no tenía armas nucleares, ni de destrucción masiva, ni era un peligro para nadie tras una década de sangrantes sanciones a su población. Los derechos de Kosovo y sus habitantes les importaban un pito y la cuestión era poner orden en una Yugoslavia respondona y arisca. Lo que persiguen es tumbar sistemas políticos, dirigentes incómodos, controlar zonas y recursos naturales, interferir en las soberanías de otros pueblos. Y se lo dicen entre ellos abiertamente mientras mienten al mundo con plena conciencia. Como si fuera la antigua «Ilíada», quieren convencernos de que la cruenta guerra de Troya fue porque un príncipe le «robó» la mujer a otro -por cierto Elena se fugó voluntariamente- y no porque los griegos de entonces querían el control del comercio de Oriente. Pero, a diferencia de aquellos monarcas helenos, que sabían mentirnos con extraordinaria belleza, estos efímeros reyes de ahora son unos necios simplones.
Lo segundo es que aplican la terapia de guerra, acompañada de su carga de tragedias humanas, a la primera oportunidad que se les presenta. En cuanto tienen, o sienten que tienen, un problema en algún lugar, lo primero que hacen es empezar a afilar el hacha en vez de desplegar su enorme poderío económico, diplomático y político para conseguir acuerdos estables y soluciones. Pues no, guerra, guerra y guerra, es la idea más brillante y original que se les ocurre, igualito que el hombre de Cromagnon con su garrote, pero éstos de ahora elegantes y bien vestidos para parecer civilizados.
Lo tercero es que toman decisiones gravísimas sin medir las consecuencias de sus actos. Se guían por prejuicios e ideas ya fabricadas, no tienen ninguna flexibilidad en su pensamiento ni capacidad de entender a otros, no les cabe en la cabeza que haya personas que defienden lo que creen, y piensan que todo dios está dispuesto a huir cobardemente en el último momento con un maletín de dinero o a traicionar por salvar el pellejo (que seguramente es lo que harían ellos). En esta forma de razonar, si se puede llamar a esto razonar, les ayudan eficazmente sus servicios de información, sus estados mayores ( ya se sabe que a los milicos siempre les va la marcha) y sus amigos en cada zona, que sólo les confirman lo que quieren oír para reafirmar sus impresiones. No analizan, como sería su obligación, las dificultades, las consecuencias a corto y medio plazo, los imprevistos de cualquier guerra u otras soluciones no bélicas. Simplemente son unos irresponsables.
Lo cuarto es que eso que llaman comunidad internacional, léase especialmente ONU, son apenas convidados de piedra, actores extras en esta macabra danza imperial, a los que no tienen en cuenta, ni pintan nada. Desprecian el derecho internacional y los intereses de los demás, como si sólo los suyos fuesen legítimos y aceptables. La política internacional para estos señores es puro chantaje y amenaza, todo disfrazado de bonitos discursos y palabras huecas.
Les confieso que, en realidad, estas primeras conclusiones mías, más otras que podrían sacar ustedes mismos, no me han sorprendido mucho, pues no hay más que observar los acontecimientos de los últimos años para darse cuenta de cómo funciona la cosa, pero también hay que decir que no es lo mismo imaginarlo o afirmarlo que leer documentos originales que nos confirman que lo que pensamos, y otras barbaridades más, sobre la forma que tienen de manejar el mundo es sencillamente verdad, y no radicalismo nuestro.
Es cierto que varios de los protagonistas de estas conversaciones, o de los nombrados en las mismas, afortunadamente para la Humanidad, ya no mandan legalmente, por ejemplo, Aznar, Blair, Clinton o Chirac, pero me queda la duda más que razonable de que sus sustitutos sean más lúcidos y precavidos, o moderen los intereses que los animan, además de que al actor principal de este carnaval sangriento, Bush y su guardia pretoriana, aún le queda un añito largo por delante, tiempo más que suficiente para otras aventuras, y luego no sabemos lo que llegará a la presidencia de los EEUU (que siempre puede ser peor, claro).
Por otro lado, viendo encima de la mesa las amenazas directas e insistentes contra Irán y otros países en lista de espera como Cuba, Siria, Sudán, Venezuela y un largo etcétera, hasta setenta «oscuros rincones del mundo», como dijo Bush, y leído lo leído en sus propios documentos, para mí está más que claro que no podemos confiar en el sentido común, las razones y la forma de actuar de estos señores de las guerras, ni creernos las mentiras que nos cuenten, menos aún cuando las digan y repitan con cara seria.
Y para comenzar a aplicar inmediatamente mi desconfianza total frente a esta conjura de los necios que es el imperialismo actual, he decidido revisar el mapa de Irán y su explosivo entorno con todos los datos que he encontrado. Los riesgos de la guerra de agresión que nos anuncian son sencillamente incalculables, imposibles de imaginar. Al final me pregunto: ¿Qué peligro puede constituir para la Humanidad que un país con más de 70 millones de habitantes construya una central nuclear más, de todas las que hay en el mundo, bajo control de la Agencia Internacional de Energía Nuclear? La respuesta es sencilla: ninguno. Por lo tanto hay gato encerrado otra vez. La puñetera verdad es que el único que puede sentirse inseguro por esta razón es Israel, pero que yo sepa eso no es la Humanidad, sino sólo un pequeño y agresivo país, aliado estratégico de los EEUU, que demuestra constantemente una incapacidad enfermiza para alcanzar acuerdos de paz justos y llevarse bien con sus vecinos.