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Alberto Frías Eguzki

Democracia radiactiva

Están jugando a la ruleta rusa con la seguridad y la salud del más de un millón de personas que vivimos en el radio de acción de la central para no enfrentarse a los poderes fácticos

Franco, además de pantanos, inauguró otros monstruos como la central nuclear de Santa María de Garoña allá por el año de gracia de 1970. Con padrino tan ilustre, las madrinas -Iberdrola y Endesa- han debido de pensar que lo que les dio el glorioso alzamiento nacional no se lo va a quitar la voluntad popular y menos el Gobierno del PSOE.

Una voluntad popular clara y contundente. En el camino recorrido especialmente desde 2003, cuando desde Eguzki impulsamos la Iniciativa Araba sin Garoña, se han marcado varios hitos. El primero, como un valor en sí mismo, la mayor unidad de acción posible en torno a una reivindicación ecologista y popular, donde confluimos todas las fuerzas sindicales, sociales y políticas presentes en Araba con una doble excepción: PP y PSOE.

El segundo, conseguir que la práctica totalidad de Ayuntamientos alaveses encabezados por las Juntas Generales hayan demandado el cierre de la vetusta central nuclear y apostado por el ahorro energético y el desarrollo de energías seguras, limpias y renovables.

El tercero, que los sindicatos, de forma unánime, hayan dado un paso al frente y que en un tiempo récord de dos semanas hayan conseguido que un centenar de Comités de Empresa de los centros de trabajo más representativos del territorio histórico, en representación de más de 100.000 trabajadoras y trabajadores, hayan exigido al Gobierno español el cierre inmediato de Garoña.

Todo ello sin olvidar la voz de la calle, los miles de personas que en sucesivas y exitosas movilizaciones han dejado clara la voluntad popular de este pueblo, por encima de siglas e intermediaciones, con un mensaje nítido y contundente: respetar la palabra del pueblo, cerrar Garoña.

El eco del grito popular llegó incluso hasta los programas electorales de los partidos mayoritarios en España. Así, en las elecciones generales de marzo de 2004 el PSOE se comprometió a cerrar en esta legislatura las centrales nucleares de primera generación. Cumplió con el cierre de Zorita y está cometiendo un auténtico fraude electoral con Garoña, la central nuclear con mayor oposición del mundo, y única de sus características que sigue en funcionamiento.

A estas alturas el debate ha transcendido de los aspectos técnicos (las grietas en las penetraciones de la vasija del reactor, la corrosión intergranular, los miles de litros de agua contaminada vertidos al Ebro, el escandaloso índice de cánceres en las poblaciones cercanas a la central...) o del debate sobre las fuentes de abastecimiento energético (rearme de las posturas pronucleares con la excusa del protocolo de Kyoto) para convertirse en una prueba del algodón de la calidad democrática del sistema.

El PSOE, como desgraciadamente en otros muchos frentes, en vez de marcarse una hoja de ruta que lleve al cumplimiento de sus compromisos, ha jugado durante toda la legislatura a marear la perdiz (creación de una comisión interinstitucional sobre el futuro de la energía nuclear sin virtualidad operativa alguna), a dar largas cambiadas (declaraciones y desmentidos sucesivos, incluida portada-trampa en el diario «El País») y, sobre todo, a pudrir el tiempo.

Están jugando a la ruleta rusa con la seguridad y la salud del más de un millón de personas que vivimos en el radio de acción de la central para no enfrentarse a los poderes fácticos (el núcleo duro eléctrico, Iberdrola y Endesa) y, cómo no, comportándose como un rehén político del PP, en este caso argumentado la postura favorable del Gobierno de la Junta de Castilla-León a la continuidad de la herencia nuclear franquista.

Cuando Nuclenor pide al gobierno otra prórroga de actividad para 10 años, lo hace consciente de que su petición es absurda y extemporánea (batirían el récord mundial de una central nuclear en funcionamiento con 50 años sobre sus agrietadas instalaciones), lo que está buscando es exprimir hasta el delirio esa impúdica fuente de ingresos con otros tres o cuatro años y, de paso, salvar la cara al Gobierno de Zapatero, que volvería a recoger en su programa el cierre de la central para mayor escarnio democrático. Este es el escenario planeado por algunos estrategas del cambio para que todo siga igual, y el que estamos obligados a abortar entre todas y todos.

Creemos que en la lucha por el cierre de la central nuclear de Garoña con la manifestación de hoy en Gasteiz se cierra un ciclo, donde se han conseguido activar todos los resortes en manos de la sociedad, desde los pronunciamientos institucionales y el paso al frente de la clase trabajadora hasta la movilización popular. ¿Qué otras vías nos quedan para hacer que se respete la voluntad popular?

Ahora la pelota está en el tejado del Gobierno español y el tiempo se está agotando. Fuera caretas, sólo hay dos vías: continuar con la herencia franquista dentro de una democracia radiactiva o apostar por respetar la palabra del pueblo.

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