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Raimundo Fitero

Avelino

Están rozando los seis millones de telespectadores en un horario disputadísimo, y para que crezca su audiencia, la Federación de Mujeres Progresista les acaba de denunciar, posiblemente con más razón de la que se pueda intuir, por ser una serie que «atenta contra la convivencia familiar, fomenta la violencia contra la mujer y reproduce estereotipos negativos sobre ésta». Añaden más ideas redundantes, pero igual de enjundiosas, como decir que en la serie son «ellas las que hacen la vida imposible a los maridos». Estamos hablando, claro está, de «Escenas de matrimonio».

En este comunicado de la asociación hay una consideración técnica que me ha llamado poderosamente la atención ya que aseguran que las risas enlatadas animan al público «poco crítico» a aceptar estas situaciones. En primer lugar parece evidente que las risas en off inducen a, provocan, manejan, conducen a los telespectadores menos atentos a dejarse llevar, pero existe una ley superior por la cual si las risas enlatadas no tienen respuesta se produce un bloqueo, es decir una fuga. Y por otra parte, ¿qué se entiende por un público poco crítico? Estaría por asegurar que los públicos televisivos son todo lo poco críticos que es la sociedad en su conjunto, y que si, insistimos, se trata de unos seis millones de ciudadanos, y estamos habando del estado español, todavía quedan otros treinta y ocho millones que están viendo, con el mismo poco sentido crítico otras ofertas televisivas en donde esos valores tan poco saludables para la democracia y para el respeto se mantienen de manera tan burda, o más sibilina, pero igual de insistente.

Para mí lo importante es que Avelino, el ex-bancario y sus latiguillos es un personaje que empieza a aparecer en las cenas de amigos, y eso sí que es preocupante. Porque resulta que la televisión nos iguala democráticamente, pero a la baja. Consumimos productos de digestión rápida, que nos entretengan, y lo hacemos sin colocar por delante nuestra capacidad crítica, y a las audiencias me remito para que pueda comprender esta máxima universal. Si los telespectadores andamos, admitamos que nos programan lo que vemos mayoritariamente. Y pensemos sobre ello.

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