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Ibarretxe y Zapatero escenificaron el primer acto de una obra con final incierto

La semana política, al menos si al ámbito institucional nos referimos, ha estado marcada por el viaje de los dos mandatarios autonómicos vascos al encuentro de un presidente español. El primero en acudir a la cita en Moncloa fue Juan José Ibarretxe. La reunión llegaba precedida de un amplio esfuerzo de propaganda a cargo de los ejecutivos de Lakua y de Madrid. El segundo visitante, Miguel Sanz, que en marzo se manifestaba contra Zapatero, llegó a Madrid para besarle los pies al líder del PSOE por haberle regalado cuatro años más de residencia en el Palacio de Nafarroa. El líder de UPN apañó unas promesas tardías sobre infraestructuras y se ufanó de haber permanecido en Moncloa... ¡quince minutos más que el lehendakari! ¿Se habría felicitado por ese récord de calentamiento de sillón en caso de haberle precedido en el despacho el presidente de Cantabria o de la Rioja? Parece poco probable, incluso para Sanz.

En todo caso, fue un gesto del anfitrión el que fijó el rango otorgado a cada visita. El presidente español salió a dar explicaciones sobre su encuentro con Ibarretxe. Para el Gobierno de Lakua el hecho de que el mandatario estatal se igualara en el protocolo con el lehendakari es un elemento a resaltar, claro está para remarcar que con ello se pone de manifiesto el alto interés político despertado en Madrid por una iniciativa bautizada en la Corte como Plan Ibarretxe II. Sin embargo, en Ferraz los gestos se emplean y las palabras se pronuncian en un contexto interno español, es decir, se emplean pensando sobre todo en el binomio PSOE-PP, y no tanto en un cara a cara Estado-Euskal Herria, por más que a los vascos, a todos incluido el lehendakari, les interesaría ver por una vez que el presidente del Gobierno español hablara con perspectiva de estadista, es decir no midiendo en exclusiva el rédito electoral más cercano, sino anteponiendo el compromiso de trabajar para que las generaciones futuras no se vean obligadas a vivir en un escenario marcado por la imposición y la violencia.

Propuestas estratégicas

La reunión entre Zapatero e Ibarretxe sirvió al primero para remarcar, en persona y sin hablar por boca de portavoz, que de aquí a marzo lo único que cabe en el guión del PSOE es la represión contra la izquierda abertzale y el sonsonete de «Constitución, Constitución, Constitución». Nada nuevo para el lehendakari, no ya porque este arranque de la representación suene y mucho a lo ocurrido en 2001, sino porque en los propios plazos que baraja Ibarretxe para la primera parte de su iniciativa, la relativa al pacto con el Estado, el periodo que va de esta reunión a las elecciones de marzo está ya descontado.

Lo que se escuche en los meses que quedan para los comicios españoles no tendrá gran valor, ya que el PSOE insistirá en su posición constitucionalista y el lehendakari se encargará, a su vez, de dar el máximo de propaganda a su propuesta, fuera y dentro de Euskal Herria. Hasta ahí lo previsto, aunque en la política vasca son muchos los factores que pueden favorecer que los guiones cambien y hasta que no pocos planes, previo uso electoral, se depositen en un cajón a la espera de que en otro momento puedan ser «customizados» para adaptarlos a otra coyuntura que el proponente intuya como más propicia para su interés de tomar centralidad en una escena política particularmente cambiante.

Porque de lo que no cabe duda es de que en un panorama marcado por la necesidad de cambio, una necesidad que la sociedad vasca siente como prioritaria desde hace ya mucho tiempo, el marketing político debe funcionar con agilidad, a fin de conseguir trasladar con acierto esa pulsión social a la oferta partidaria.

En los últimos años, esa voluntad de dar con la propuesta capaz de responder mejor a los deseos mayoritarios de la sociedad vasca ha dado lugar a intercambios interesantes. De este modo, conceptos utilizados por Jesús Eguiguren (PSE), algunos de marcada inspiración irlandesa o quebequesa, han dejado poso en las más novedosas iniciativas de solución de la izquierda abertzale, del mismo modo que ahora en la propuesta del lehendakari Ibarretxe se incorporan enunciados que hemos escuchado en boca de la izquierda independentista. Esas influencias son utilizadas en algunos casos sólo de modo puntual, para responder a necesidades coyunturales; sin embargo, también pueden ser percibidas como un factor positivo, como un síntoma de que, finalmente, las posibilidades de transformación real del panorama político se ciñen a unos cuantos elementos comunes.

Es posible multiplicar los guiones, pero la cuestión es si éstos cuentan con los elementos precisos para abrir oportunidades o si, por el contrario, y pese a que se contagien de conceptos que suscitan un amplio consenso social -diálogo, derecho a decidir, consulta a la ciudadanía...- , sólo aspiran a llenar un espacio de transición, a sabiendas de que el escenario de «no proceso» genera una insatisfacción palpable en amplios sectores de la ciudadanía, también en los que están más dispuestos a asumir riesgos y pagar sacrificios. Los zarpazos represivos pueden tratar de facilitar una entente neoestatutaria a partir de marzo tras dejar en la penumbra a la izquierda independentista. Sin embargo, su propuesta de solución tiene un blindaje esencial: la sociedad vasca no aspira a meras reformas, sino a decidir su futuro.

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