GARA > Idatzia > Kolaborazioak

Koldo Eguzkitza y M. Carmen Muñoz (*) En nombre de los dantzaris del Ballet Olaeta

Un pueblo (o un hombre) que baila nunca muere

De sus enseñanzas aprendimos a tener disciplina, a trabajar el cuerpo y, sobre todo, a amar el baile

Para casi todo el mundo es difícil hablar de alguien cuando nos deja. Para los que hemos pasado una parte importante de nuestra vida en la niñez y en la juventud con él, más difícil todavía, se entremezclan recuerdos y anécdotas, pero sobre todo lo que tienes en la cabeza es la palabra adiós, adiós a la persona y quizá, si no somos capaces de seguir adelante con lo que nos ha dejado, adiós a todo lo que ha representado. Y por ahí queremos empezar.

Fuimos a bailar con pocos años, en el franquismo. Nuestras familias no querían que nuestra cultura se perdiera. Amaban nuestro país, su folclore, sus raíces, y querían que todo lo que aquello representaba siguiera adelante. Para ello en aquellos años en Bizkaia, en Bilbo, sólo estaba el Ballet Olaeta. Allí conocimos a su creador, a quien inició nuestra andadura, don Segundo. También a sus hijos, Bittor, Javier, Lide, Miren Tere, Lourdes. El año pasado nos dejó Lide, la pequeña bailarina del Trocadero. Hace unos días, Bittor, de ahí el motivo de esta carta.

Don Segundo fue director de Cultura del Gobierno Vasco de Agirre. Nacido en Gernika, el ser quien era le obligó, como a otros muchos, a salir de su tierra y a refugiarse en Ipar Euskal Herria. Allí fue con sus hijos y con su mujer, doña Rosario Torrezuri, su apoyo en todo momento, y siguió haciendo lo que sabía, bailar. En Gernika había fundado un grupo de baile, Elai Alai, con niños del pueblo, había analizado bailes y recuperado antiguas tradiciones; recuperó el aurresku de anteiglesia y el zortziko de San Miguel de Arretxinaga. Esto es lo más conocido, pero no lo único.

En Ipar Euskal Herria, y bajo su batuta (también era director de orquesta), nació Oldarra, ballet vasco de Biarritz, Etorki y, como quería profundizar en todo ello, envió a sus hijos a aprender a bailar. Fueron a París, aprendieron ballet, recibieron clases con los profesores de la Opera de París en aquella época, y Bittor se hizo además coreógrafo.

Pasado el tiempo, volvieron a Hego Euskal Herria e iniciaron su andadura en la enseñanza de niños y mayores. Bittor comenzó a trabajar y algunos de los planteamientos suyos, tanto coreográficos como de vestuario y otros elementos, fueron criticados por los que pensaban que debía seguirse todo en puridad, pero nadie criticó su aportación a la danza y por ende a la cultura, ni sus «ideas revolucionarias». Luego, con el tiempo, muchos otros han seguido sus pasos, cada uno con su estilo, pero añadiendo toda la filosofía del ballet y la idea de hacer algo partiendo de lo que tenemos, sin perder nuestra raíz, pero introduciendo cambios necesarios que mejoren lo nuestro. Bittor compuso y arregló música, dio vida a través de sus coreografías a Guridi, Franco, Aranburu, por citar algunos. Llenó los escenarios de los teatros de nuestro país y del exterior con imágenes de nuestras tradiciones. En sus ballets más conocidos aparecían los arrantzales, las diez melodías o las cuatro estaciones, los personajes mitológicos estaban en «Oinkarin» y «Aker Maker», las cosas cercanas de la calle. Pero también puso a los niños a bailar ballet, muestra de ello eran las mágicas escenas de «La boite a joux-joux», «Copelia»...

De sus enseñanzas aprendimos a tener disciplina, a trabajar el cuerpo y, sobre todo, a amar el baile. De sus clases, de su academia, han salido personas que han seguido trabajando como él; nos vienen a la cabeza Sabin Egiguren, Jon Beitia, Ines Uriarte, Luis Etxaburu... también colaboraron con Bittor los dantzaris del Elai Alai de Portugalete, del Gaztedi de Santutxu o del Zabaltzaile de Uribarri...

Bittor estuvo al mando del Conservatorio de Música de Bilbao, dirigió, entre otras, la Banda de Música de Durango, pero sobre todo nos dirigió a todos nosotros, nos llevó por el mundo del baile, de la danza, nos introdujo ese gusanillo que nunca ha salido y que ha hecho que nos consideremos una gran familia que se une para bailar. Tenemos ahora un gran vacío en el corazón pero, lo mismo que se hizo famosa aquella frase de Victor Hugo que decía que «el pueblo vasco es aquél que canta y baila a ambos lados de los Pirineos», en nuestras cabezas ahora resuena esta otra frase: «un pueblo que baila nunca muere, un hombre que baila, tampoco». Los bailarines del Ballet Olaeta van a seguir bailando, y el baile hará que Bittor, y Lide, sigan viviendo en nosotros, estén presentes en nuestra cultura, en nuestro país. Por eso nuestro mejor homenaje es seguir con lo que sabemos, enseñando lo que aprendimos. Y como nos enseñaron a sonreír, vamos a terminar sonriendo y saludando, como si se tratara del final de la representación, aunque para nosotros deba ser la continuación del espectáculo. Agur Bittor, laster arte.

(*) También firman este artículo los miembros del Ballet Olaeta Asier Eguzkitza, Mikel G. Pujana, Iñaki Goirizelaia, Jone Goirizelaia, Miren Tejero y Ainara Zubero

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo