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Maite Ubiria Periodista

De Biafra a Darfur

Fue en 1966 cuando un mundo que comenzaba a habituarse a vivir a través de la pantalla supo de la gesta del joven french doctor. Con el deseo tan primario de querer salvar al ser humano de sí mismo, el médico se adentró en la espesura de un conflicto de intereses. Desembarcó en Biafra, un territorio que trataba de independizarse de Nigeria, y retrató para las sociedades opulentas el rostro insoportable del hambre. El french doctor se saltó los protocolos, se enfrentó a la neutralidad de la Cruz Roja y empleó la imagen como salvoconducto hacia el terreno de la ingerencia humanitaria.

Quizás, después de todo, no sean tantas las diferencias entre la gesta de aquel idealista french doctor y los responsables de Arche de Zoé retenidos a estas horas en Chad y acusados de graves delitos por tratar de evacuar al Estado francés a 103 huérfanos de Darfur. Les escoltaban tres periodistas, tres cámaras como salvoconducto para prevenir al mundo de que en nombre de la no ingerencia se pueden cometer al menos tantos desatinos como de la mano del intervencionismo a la carta.

Kouchner se levantó contra la indolencia de la comunidad internacional, contra la neutralidad que consentía en la aniquilación de millones de personas y ello le coronó como el apóstol laico. Nació sobre la piel abrasada al sol de los hambrientos un prometedor holding, el de las asociaciones sin fronteras, y tomó cuerpo la que se bautizó como la dictadura de la emoción.

Desde entonces se han prodigado los bombardeos premeditados para horrorizar a las gentes y convencerles de la necesidad de tomar al asalto un país mientras se entierra en el olvido a otros muchos. A la vuelta de unas décadas, los «pasillos humanitarios» en Bosnia, los «refugios humanitarios» en Irak, y la usurpación por los ejércitos de la labor humanitaria han condenado a la ignominia a aquel proyecto rebelde.

El petróleo de Nigeria ganó la partida en Biafra, y también en Sudán las necesidades energéticas cuentan más que las vidas que se sacrifican en Darfur. Y aquí estamos, con unos cuantos apóstoles laicos a punto de ser cocinados en la sartén de los intereses geoestratégicos, por poner en solfa, con métodos ya patentados, el imperio sin fronteras al que hoy sirve como fiel adorador aquel french doctor que hoy calienta las posaderas en los sillones del Elíseo.

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