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Tomás Trifol | profesor y licenciado en ciencias humanas

¿Minorizar, hacer desaparecer o normalizar el uso del euskara?

Partiendo de la preocupación por la situación del euskara, el autor analiza diferentes aspectos que afectan a la lengua vasca, desde las políticas institucionales -o la falta de ellas- hasta las posturas personales de los y las vascoparlantes.

Aveces, más que una contradicción, expresarse en la lengua mayoritaria suele ser una contrariedad. Sobre todo si se trata de incidir en la lengua minorizada, es decir, en la salud lingüística de los presuntos vascohablantes. Presuntos, porque según reza la científica estadística, no están todos los que son. Así que, aunque la ciencia no reza, esperemos que haya resquicios para que lo haga y por lo tanto se confunda.

El otro día oí por enésima vez una gran parida: qué difícil era hablar en euskera sólo a nueve kilómetros de Logroño ¡Pobre gente esa de Logroño, caray! Suena al chiste de Pernando Amezketarra, que preguntó a un joven la hora en euskara en un pueblico de Nafarroa. El joven le dijo que en vasco sólo hablaban los de 60 para arriba, a lo que Pernando le aseguró que tendría paciencia, que los 60 le llegarían enseguida.

Difícil debe de resultar hablar por desgracia a nueve kilómetros de Logroño y a nueve kilómetros de casi cualquier sitio dentro de Euskal Herria. Lo peor es que el castellano campa a sus anchas por interiores y exteriores de muchos de los vasco hablantes y es que la comunicación es la que manda, los mass media, el buen rollito, lo atractivo. Ayer, sin ir más lejos, quise entrar en un chat en euskara. Logré encontrar uno, no había nadie. El profesor -porque había uno en aquel guión-, se habría ido a tomar un café o la máquina de repuesto se habría averiado. Querer entablar una conversación en euskara en la red es matemáticamente imposible. Es que la lengua ésta debe ser sólo municipal para cosas serias. Eso de ligar en euskara, debe estar prohibido por alguna autoridad competencial. La apología del euskara también.

Mientras, desde una histórica radio pude escuchar el rosario diario y todas las noticias de los difuntos del día. Me exclamé, «¡mira que tener cinco o seis radios y una rezando el rosario!». Busque en ETB más respuestas y vi a todo un catedrático de vascuence explicando el hazagun o el genizkiokeela a unos jubilados que tienen, por supuesto, todo su derecho a que les expliquen los paradigmas y misterios del verbo.

Tampoco puedo escuchar nada en euskara en ninguna de las discotecas que me recorro desde las tres a las siete de la mañana, cosa que hago única y exclusivamente para divertirme . Ya sé que los presuntos encargados de la salud lingüística de nuestra comunidad ni van a discotecas ni se meten en chats, aunque el resto de la humanidad así lo haga. Tampoco deben ir mucho al cine pues aunque existe un mercado de videofilms en gallego y catalán, el del vascuence sólo es para niños de corta edad y no va mas allá de una veintena de títulos. Aunque a cada uno lo suyo. Si fue verdad que los doblajes al euskara de las películas eran insufribles y vergonzosos, ahora se han hecho bastante más amenos y naturales, así que al menos algo tenemos, que no es poco.

Pero querer y poder vivir en euskara es algo que cada día se torna mas difícil. Parecería pues que los vascohablantes huyeran en masa hacia el castellano y que, por esto o por aquello, siempre habría una excusa para cansarse de la resistencia de ser invadido y asimilado. Porque la lengua es sobre todo instrumento de comunicación al que muchos le ponemos también personalmente más trabas de las que ya tiene de por sí.

¿Que más dará el por qué y el dónde una persona se exprese en euskara, si lo está haciendo? ¿ Que mas dará si su motivo es ideológico, personal o simplemente de hábito?

No es malo que la lengua vasca sea totémica y circunstancial y que donde más se escuche a nivel social sea en eventos ciudadanos de matiz político o culturales propios. Es malo que sólo o principalmente no sea más que eso y peor que exista la política lingüística del laissez-faire («Laissez-moi faire rien que de la propagande à ce sujet»).

No es menos malo ese hábito, bastante común entre muchos hablantes de lenguas minorizadas y donde el vascohablante de lengua materna se lleva al menos una de las palmas de entre todas las lenguas minorizadas, esa maldita costumbre de hablarte o responderte en castellano en cuanto oyen que tu euskara es diferente, es decir, que no es el de la comarca o que, simplemente, demuestras ciertas dificultades en la expresión. Esto para cualquier lengua es catastrófico, tan catastrófico como haber bajado la guardia en la normalización lingüística, tanto los individuos como las instituciones.

Ahora, relacionarse en euskara socialmente en muchos ámbitos como, por ejemplo, en las grandes superficies de consumo y de ocio resulta al menos llamativo. Incluso cuando éstas están enclavadas en terrenos o municipios que son mayoritariamente vascohablantes. Es que el vascohablante, en general, cada vez es menos vasco y más hablante. Se nos traba la lengua, faltos de sociedad, se nos tuerce la sonrisa y se nos anquilosa el verbo y no debería darnos igual.

De todas formas y aunque la experiencia -la mayoría de las veces parcial de cada uno- nos incline hacia la consideración de que la lengua es sólo algo individual de comunicación, la realidad es que la lengua social de los ciudadanos es el fruto de una política determinada, el fruto de una imposición temporal e histórica determinada. El trabalenguas, la sonrisa y la excesiva seriedad compulsiva, es fruto de la ausencia de política lingüística positiva y con recursos humanos. El hecho de que un autobús de universitarios, mayoritariamente del Goierri, llegué a Bilbo y todos sus pasajeros jóvenes hablen en euskara dentro de él es también fruto de una política lingüística. Que se pasen a hablar castellano al salir de él un 50% de los viajeros, es también fruto de la ausencia de recursos para la afectividad, el ocio y la diversión o de la negligencia de la misma política. Sólo un descerebrado de algún diario facha de Madrid puede ver en esto una sociedad totémica amenazante basada en la imposición social. Lo que yo veo es simplemente que la política lingüística sólo llega donde llega y que para otros menesteres como la afectividad sólo les llega a los otros, a los de la España nacional.

La estabilidad lingüística de Bélgica o Suiza siempre nos la recordarán. El idioma neerlandés de Bélgica en los años 50 estaba en franca y declinante minorización respecto al francés. Es cierto que nunca llegó al grado de minorización del vasco o del gallego, pero no es menos cierto que si no hubiera habido una política lingüística tendente a la hegemonía en sus propios territorios lingüísticos hoy el neerlandés de Bélgica sería algo residual, como el euskara o el gallego. En los años 70, cuando muchos neerlandófonos de Bruselas echaban pestes contra su propia lengua por aquello de que se aburrían con sus mass media en comparación con la riqueza y experiencia profesional del francés, si a los dirigentes flamencos de la política lingüística les hubiera dado igual, su lengua y su cultura habrían seguido minorizadas y sus sonrisas y verbos fluirían hoy más bien en francés. Pero no les dio igual y hoy incluso a la mayoría de los belgas, francófonos o neerlandófonos, tampoco les da igual.

Donde les da igual es en la región flamenca del norte de Francia. La minorización del neerlandés y su asimilación por el francés está tan avanzada que ahora ya les da lo mismo que hasta los nombres de los pueblos hayan sido afrancesados. Ningúna ciencia estadística, ninguna política lingüística, aunque rece, lo debería olvidar.

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