La verdad sea dicha, no es que me importen gran cosa las actividades de las monarqu�as, ni siquiera las de la que me toca en calidad de sometido s�bdito, la que instaur� el caudillo Franco. Pero reconozco que lo de la visita de Juan Carlos Borb�n y Sof�a (de) Grecia al continente vecino, a Ceuta y Melilla, ha llamado mi atenci�n y ha llegado a emocionarme.

Esa masa de ciudadanos africanos, bocata en la izquierda y banderita rojigualda en la derecha, abarrotando el recorrido de sus (suyas) majestades para proclamar y reafirmar la espa�olidad de Africa me ha parecido un espect�culo enternecedor y lleno de nostalgia. Propio de tiempos pasados.

Y es que entre las virtudes que no nos queda m�s remedio que reconocer a este r�gimen que nos ha tocado padecer una de las m�s llamativas es la capacidad de modificar el mapamundi a su antojo. Recuerden que a las Islas Canarias las metieron en un recuadro y las colocaron junto a Palma de Mallorca, como si estuvieran all� de veraneo; Ceuta y Melilla -que en los mapas convencionales son tan Africa como el Congo, por poner un ejemplo- son de una espa�olidad sin sombra de duda, tal y como hemos podido comprobar estos d�as en las retransmisiones televisivas. Y as� las cosas no nos puede extra�ar que en este peculiar r�gimen pol�tico Lizartza sea un vivero de votos del PP.

Nada puede extra�arnos de una monarqu�a y un r�gimen que tambi�n nos dijo -y oblig� a tragar- que Filipinas eran tan espa�olas como Torrej�n de Ardoz -m�s a�n, puesto que Torrej�n es casi territorio USA-. Y de Cuba no te quiero ni contar. Igual de espa�ola que Sevilla pero con negritos. Igual que Guinea Ecuatorial o Fernando Poo.

Esa es la fotograf�a real de la decadencia de un imperio que un d�a sojuzg� a media humanidad -no se pon�a el sol, dec�an- y ahora s�lo nos tienen trincados a vascos, gallegos, catalanes, ceut�s, melillenses... y a las cabras de Perejil. Lo dem�s son pamplinas.