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Iñaki Lekuona Periodista

Desatar las lenguas

Mi madre solía repetir que cuando la suya tenía sesenta y pico años y comenzaba a lamentarse sobre la vida que se le escapaba entre suspiros, sus hijos le respondían, «ama, todavía vas a vivir muchos años más». «¿Cuántos más? ¿Diez, veinte? Si los últimos cuarenta años se han pasado muchísimo más rápido que los primeros veinte...» Mi amoña murió poco después y, aunque no pude conocerla, me dejó la enseñanza de lo fugaz de la vida.

Porque para un niño el tiempo es eterno. Diez años son toda una vida y la edad adulta queda tan lejos que parece que no va a llegar nunca. Por eso no entendía a mi madre cuando hablaba de la suya, como tampoco podía comprender en las clases de Historia que los conflictos pudieran arrastrarse durante décadas. ¿Cómo, por ejemplo, podían los combatientes de la última guerra Carlista reivindicarse herederos de la primera si había pasado cuarenta años entre ambas? Cuarenta años, cuatro veces toda una vida.

Con el paso del tiempo, uno acaba por entender a su madre y a la suya, y también a los libros de Historia. Y uno entiende mejor el tiempo en el que vive. Han pasado treinta y pico años desde que Arias Navarro dijera aquello de «Franco ha muerto». Han pasado más, casi cuarenta, desde que Juan Carlos de Borbón jurara fidelidad al dictador -por cierto, ¿por qué no se calló entonces?-. Seguramente un niño de diez años no lo entienda, pero los conflictos se arrastran durante décadas, a veces durante siglos, y se heredan de padres a hijos, de muertos a vivos.

Seguramente un niño de diez años no lo entienda, pero hace hoy seis lustros, cuando murió el predecesor del Borbón, el cortijo quedó atado y bien atado con las bridas de una constitución que se impuso bajo la sombra del golpe militar, una constitución que los que tenían diez años entonces no tienen hoy derecho ni a refrendar ni a rechazar. Seguramente un niño no lo entienda, pero si no se desata ese nudo y otros con los que se ligaron las libertades en este pueblo, seguiremos arrastrando durante décadas las muertes de Josu Muguruza y de Santi Brouard, y las de otros que la ausencia de un diálogo democrático se llevó por delante. La vida es demasiado fugaz como para esperar diez años más. Demasiado preciosa. Eso lo entiende hasta un niño. ¿Por qué callar ahora? ¿Por qué no se dialoga?

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