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CRÓNICA Lo que las cámaras no grabaron

En Burlata quien pegaba en la puerta no era el lechero

Winston Churchill dejó sentado que en una democracia si alguien llama a la puerta a las 6 de la mañana es el lechero. En Burlata era de madrugada cuando se oyó ruido al otro lado de la entrada. La madre de Iñigo Gulina abrió y se encontró a casi 20 guardias civiles armados hasta los dientes. Acabó en el hospital.

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En la sede de la Peña Euskal Herria, a mediodía ni siquiera sa- bían quién había entrado, ni cómo (la puerta no estaba forzada), ni con quién... Pero, sobre todo, no sabían por qué: «Ninguno de los detenidos es socio de aquí», remarcaban a GARA miembros de su junta directiva. El caso es que para entonces varias televisiones habían tomado ya imágenes de su fachada. Y en sus oficinas se echaban en falta dos ordenadores.

Los socios reunidos a esa hora no se mostraban preocupados, porque «ahí sólo se guardan los datos de los socios». Pero la lectura de los teletipos de agencia daba pie a todo tipo de sobresaltos, al comprobar que desde el aceite de tractor hasta las patas de cabra («¿alguien sabe qué es eso?») aparecían citados como elementos susceptibles de ser usados para la kale borroka.

Para esa hora, una de las vecinas de Burlata ya traía noticias tranquilizadoras del hospital, adonde había acompañado a Mari Carmen, la madre de Iñigo Gulina. Tuvo que ser evacuada con un pequeño shock. «Hasta los guardias civiles se han asustado al ver lo blanca que estaba», narraba.

No era para menos. Mari Carmen escuchó unos ruidos extraños al otro lado de la puerta, como si alguien hurgara en ella. Y al abrir se topó de bruces con la imagen de guardias civiles empuñando sus armas. Entre quince y veinte uniformados irrumpieron en cada domicilio, según explicaban los testigos.

Apuntando a la cabeza

El susto no fue menor en otros domicilios. En uno de ellos, un quinto piso en la calle Mayor, eran claramente visibles las señales de golpes en la cerradura y el dintel de la puerta. Las astillas levantadas por las mazas reposaban en la escalera.

En la casa de los Torrea había motivos mayores de preocupación, por la enfermedad que sufre el joven. La Policía irrumpió en la casa con Aitor tras detenerlo en la calle, según explicó Askatasuna, que añadió que un agente puso una pistola en la cabeza de su hermano mayor y que el arrestado recibió un golpe al tratar de hablar con su madre. Ésta, en este contexto, tuvo que explicar a los policías que Aitor precisa un tratamiento médico que no puede dejar de recibir.

El día sería largo. Las visitas a la Avenida de Galicia y la calle Chinchilla sólo sirven para las especulaciones: «En la Comandancia de la Guardia Civil había mucho movimiento... En la comisaría, nada». En la Peña Euskal Herria la preocupación el lunes era sólo limpiar los restos de la gaupasa del sábado, cuando la sociedad celebró sus 30 años; pero ahora es buscar un abogado.

Por la noche se celebra una primera asamblea en Burlata. No es la única movilización en Euskal Herria por redadas policiales. En Balmaseda, 30 personas madrugan para acompañar a Josu Lezama, detenido la víspera para cumplir condena, al ser llevado al juzgado. Por la tarde se concentran otros 30.

Y al lechero de Churchill se le sigue esperando.

Ramón SOLA

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