Itziar Fernández y Antton Izagirre miembros del foro de debate nacional
El lobby abertzale
Han pasado cuatro años desde que pusimos en marcha el Foro de Debate Nacional o Nazio Eztabaida Gunea y, ante la perspectiva del nuevo encuentro de este sábado en Barañain, nos parece oportuno hacer un balance. Partimos de la necesidad de hacer una autocrítica, a la vez que analizamos también de modo crítico a quienes nos han restado legitimidad o nos han negado capacidad de interlocución. El objetivo de esta doble crítica es realizar un ejercicio de reflexión con el objetivo de redimensionar y apostar por un proyecto que consideramos valido, positivo y necesario.
Para parte de la ciudadanía vasca los planteamientos defendidos por el conglomerado de personas e iniciativas adscritas al Foro de Debate Nacional, en el marco del debate puesto en marcha en 2003, supusieron un soplo de viento fresco en un contexto en el que existía una gran desazón. Algunos de los elementos de ese contexto eran la ilegalización de partidos y organizaciones sociales, nuevos cierres de medios de comunicación, la práctica sistemática de la tortura -ejemplificada en el caso de los detenidos en el sumario de «Egunkaria»- o la inclusión en el Código Penal español de iniciativas políticas como las consultas a la ciudadanía, así como una ofensiva por parte de diferentes grupos en medios de comunicación y una clara falta de división de poderes entre el ámbito político y el jurídico.
En ese contexto, un grupo plural e independiente de personas realizó un diagnóstico sobre la realidad integral de nuestra nación que daba especial importancia a detectar nuestras fuerzas y nuestras debilidades, en torno a un objetivo común: la supervivencia, el desarrollo y el derecho a decidir de la nación vasca.
Según hemos constatado, las perspectivas que la ciudadanía vasca tiene sobre el trabajo que hemos realizado son múltiples. El abanico se abre desde quienes consideraban que se trataba de un grupo de personas dedicadas a la resolución del conflicto, hasta quienes opinaban que éramos un intento de refundación de las bases de un nacionalismo progresista, o quienes nos consideraban un grupo de personas estudiosas con mucha voluntad pero sin recursos y sin los apoyos necesarios.
Esa disparidad de opiniones sobre lo que hemos hecho y sobre lo que deberíamos hacer refleja, por un lado, los diferentes deseos de abertzales que vieron en esta iniciativa una esperanza para una unidad mínima de acción frente al acoso de los estados español y francés y, por otro lado, nuestra incapacidad para explicar claramente a la sociedad vasca el objetivo de nuestro trabajo. Eso no quiere decir que la gente esté del todo equivocada en esas apreciaciones. Nuestro trabajo ha tenido, quizás, un poco de todo eso. Pero asentado sobre una base real: conformar un proyecto común, más allá de siglas y disciplinas particulares, y hacer de las prioridades políticas y sociales de nuestro pueblo el eje de la práctica política vasca.
Con pena, pero sin resignación, podemos decir que a menudo la disciplina de los partidos, sindicatos, agentes sociales y organizaciones culturales vascas ha vencido a la posibilidad de establecer dinámicas conjuntas. Quizás en este momento no sea posible una unidad de acción entre fuerzas abertzales -asunto más difícil y que tampoco estaba en nuestra agenda-, pero mantenemos la convicción de que la unión de fuerzas entre personas abertzales de diferente signo en torno a problemáticas y proyectos comunes es posible, deseable y, según todos los diagnósticos, necesaria. Creemos firmemente que acordando unos principios democráticos básicos sí se pueden desarrollar dinámicas conjuntas basadas en un diagnóstico común respecto a las prioridades de la nación vasca como tal.
Uno de los obstáculos con los que nos hemos encontrado es de naturaleza «organizativa». Históricamente, el esquema utilizado hasta la creación de Foro de Debate Nacional para desarrollar este tipo de acciones conjuntas había sido, por así decirlo, el de los holding. Es decir, la suma de diferentes organismos u organizaciones en un grupo delegado que ejercería de paraguas y que desarrollaría un programa de mínimos -en el mejor de los casos de máximos- guiado por una especie de mínimo común denominador de intereses. Nuestra iniciativa rompía ese esquema y establecía un planteamiento de lobby -o grupo de presión- con dos destinatarios básicos. Uno, aquellas fuerzas y estructuras que negaban nuestra existencia y nuestros derechos como pueblo. Queríamos y queremos establecer un muro de contención social ante el ataque sistemático contra nuestra cultura, nuestro pueblo y nuestras gentes. Dos, aquellas fuerzas y personas dispuestas a poner las necesidades de nuestro pueblo por encima de intereses partidistas. Queríamos y queremos ejercer presión sobre los intentos por supeditar las decisiones de nuestro pueblo a intereses externos.
Para ello consideramos importante desarrollar proyectos concretos en aquellas áreas donde nuestra condición de pueblo peligra más. Áreas que van desde lo cultural a lo político, pasando por lo económico o lo social. El compromiso individual e independiente de las personas que conformamos esta iniciativa -por encima de las disciplinas que algunas de esas personas pudieran tener, en diferente grado-, era la garantía para poder ejercer esa doble presión.
Lamentablemente, las organizaciones dentro del campo abertzale que serían candidatas naturales a participar activamente no dieron por buena la idea y, si bien actuaron con respeto y acudieron a las diferentes convocatorias, siempre fueron reacias a implicarse en dinámicas con las que, probablemente, están de acuerdo a nivel ideológico. Se les ofreció capacidad de decisión, toda la información, flexibilidad y adaptación a ciertas exigencias, puestos determinantes en los proyectos que considerasen interesantes... pero siguieron negándose a participar activamente. Todo ello no implicó que personas que forman parte de la disciplina de esas organizaciones aportasen a nivel personal, como el resto de participantes, sus reflexiones y su apoyo a este proyecto.
Por el contrario, aquellas organizaciones que valoraron más positivamente el proyecto quizás se fueron al otro extremo e hicieron de la participación en Foro de Debate Nacional una cuestión casi de disciplina. Esto trajo grandes dosis de compromiso y muchas aportaciones, pero en cierta medida desvirtuó la naturaleza independiente del proyecto a los ojos de terceros. El «error», evidentemente, no es de quienes se han implicado y han trabajado en esta iniciativa, pero es posible que el apoyo incondicional de algunas de las partes haya dado una excusa a quienes desde un principio eran renuentes a participar. Lo que no deja de ser una excusa. Asimismo, por las razones expuestas, nuestra iniciativa implicaba una idea de participación distinta de la clásica militancia y más cercana al voluntariado. No hemos conseguido desarrollar esta perspectiva y eso nos ha llevado a mantener un barniz «elitista» que ha amortiguado nuestra capacidad de interlocución social.
Ahora, junto con el debate sobre la naturaleza de nuestra actividad, aparece el debate sobre la perspectiva desde la que debemos desarrollar nuestro trabajo. Ante la postura expuesta por parte de ciertos agentes que son centrales a la hora da desarrollar una estrategia soberanista, siempre surge el debate sobre si nuestra iniciativa debe de ser amortizada o si, por el contrario, es el momento de capitalizar los esfuerzos realizados en el marco del Foro de Debate Nacional, tanto por Nazio Garapenerako Biltzarra y el Acuerdo Democrático de Base o las iniciativas como Milakabilaka.
Nuestra respuesta es clara. A pesar de las críticas y autocríticas realizadas, nuestro proyecto tiene potencialidades y virtualidades que lo siguen haciendo necesario. Hemos realizado el diagnóstico más completo e integral de la realidad de la nación vasca hasta el día de hoy. Hemos sido catalizadores del intento más serio para la resolución del conflicto vasco desarrollado en años. Hemos localizado las necesidades, las fuerzas y las debilidades para poder subsistir como pueblo en este siglo. Hemos trabajado con un espíritu abierto e independiente para poder garantizar no sólo esa subsistencia, sino especialmente el desarrollo de la nación vasca en parámetros de democracia, pluralidad, libertad y solidaridad. No hemos acertado en todo, pero si sabemos capitalizar el trabajo y el esfuerzo hecho y dimensionar nuestra apuesta, podemos confiar en que todo ello dará muchos más frutos en un futuro cercano.