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Carlo Frabetti Escritor y matemático

Inteligencia histórica

Alguien dijo que los humoristas viven de la falta de memoria del público; se refería a los buenos, porque la mayoría viven de su falta de inteligencia. Y lo mismo cabe decir de ese peculiar tipo de payasos que son los políticos.

Últimamente se ha hablado mucho de la memoria histórica. Pero la memoria, sin las otras dos potencias del alma (entendimiento y voluntad), sirve de poco. Hay que recordar, por supuesto, las atrocidades del fascismo durante la guerra y la larguísima posguerra (que en algunos aspectos aún no ha terminado). Hay que honrar a los heróicos maestros y maestras (y bibliotecarios, escritores, periodistas...) de la República que lucharon por una España más culta, es decir, más libre. Hay que indemnizar material y moralmente a las víctimas... Pero, sobre todo, hay que reflexionar sobre lo ocurrido y llevar a la práctica las conclusiones de esa reflexión: hay que ejercer, junto con la memoria histórica, la inteligencia y la voluntad.

Porque la memoria reducida a evocación y homenaje no es sino otra forma de olvido. Hay dos maneras de hacer desaparecer un cadáver incómodo; la más obvia es enterrarlo en una fosa común (o en cal viva), y cuando ello no es posible siempre queda el recurso de erigirle un mausoleo, que es otra forma de neutralizarlo. Ya hemos honrado a los muertos («Si buena vida os quité, mejor sepultura os di», como dice don Juan Tenorio, maestro de políticos). Ya hemos pagado nuestra deuda histórica. Asunto concluido.

Es muy significativo que entre las numerosas conmemoraciones oficiales de efemérides y aniversarios republicanos habidas en los últimos meses hayan brillado por su ausencia las dos máximas expresiones -una en el terreno más específicamente político y la otra en el cultural- de la lucha contra el nacionalcatolicismo: el Frente Popular y la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Con la consolidación del Frente Popular la izquierda logró unirse ante el enemigo común con una generosidad y una eficacia (no en vano fue su triunfo electoral lo que desencadenó el «alzamiento nacional») de las que, lamentablemente, no ha vuelto a mostrarse capaz. Y con la Alianza de Intelectuales Antifascistas, los más relevantes escritores y artistas de la época consiguieron hacer lo propio en el terreno de la cultura, un logro sin antecedentes (y, por desgracia, también sin consecuentes).

Los poderes establecidos tienen miedo de que aprendamos de nuestros errores; pero, sobre todo, procuran evitar por todos los medios que aprendamos de nuestros aciertos y consigamos darles continuidad. En casi toda Europa, y muy especialmente en el Estado español, el binomio derecha-seudoizquierda ha puesto el mayor empeño en impedir que se repitieran logros similares a los del Frente Popular y la Alianza de Intelectuales Antifascistas, dedicando enormes esfuerzos y recursos a comprar a los intelectuales y a obstaculizar la unión de las fuerzas realmente transformadoras. Y por eso mismo las dos grandes tareas pendientes son la reunificación de la izquierda en el terreno específicamente político y la recuperación de la dignidad de los intelectuales en el terreno cultural (lo que en buena medida equivale al rechazo de la monarquía y la reivindicación de la República: no en vano la bandera tricolor ondea cada vez con más fuerza en las movilizaciones populares).

Sobre la reunificación de la izquierda real, lo único que se puede decir en pocas palabras es que ningún cambio digno de ese nombre es posible sin ese requisito. Sobre la dignidad de los intelectuales quisiera extenderme un poco más.

En los países más desarrollados, en los que supuestamente reina la libertad de expresión, los grandes grupos mediáticoculturales (casi siempre ligados a alguno de los principales partidos políticos) le envían al intelectual un claro mensaje tácito, cuando no explícito: «Con nosotros lo tienes muy fácil, sin nosotros lo tienes muy difícil, contra nosotros no tienes nada que hacer». En Italia no hay censura, pero las principales cadenas de televisión, los periódicos de mayor tirada y las grandes editoriales son de Berlusconi. Y en la «España democrática» (las comillas indican el uso irónico de ambos términos) cualquier escritorzuelo puede hacerse rico y famoso si sirve bien a su amo, mientras que los intelectuales más lúcidos y honrados tienen enormes dificultades para salir de la invisibilidad o incluso para sobrevivir. El caso de Alfonso Sastre, el mayor dramaturgo vivo de la lengua castellana, y el de la recientemente fallecida Eva Forest son, en este sentido, paradigmáticos.

La lista de los que son «ejemplares» en el sentido contrario, es decir, de quienes ejemplifican el muy rentable sometimiento a los poderes establecidos, es interminable, y no faltan en ella ni los académicos ni los premios Nobel, ni los seudoizquierdistas ni los supuestos enfants terribles. No seamos indulgentes con ellos, porque, como diría Dalton Trumbo, no se venden para salvar el pan de sus hijos, sino para salvar sus piscinas. No aceptemos calladamente su traición: denunciarlos es el mejor homenaje que podemos hacer a los intelectuales que, en tiempos menos viles que éstos, dieron su vida luchando contra el fascismo. El mismo fascismo que hoy se hace llamar «globalización», «mercado libre» o «lucha antiterrorista».

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