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Fernando Fernán-Gómez, hombre de teatro

Carlos Gil

Crítico de teatro

Fernando Fernán-Gómez llevaba años alejado de los escenarios como actor, pero hace apenas dos años que escribió y dirigió «Morir cuerdo y vivir loco», con la figura del Quijote de fondo interpretada por Ramón Barea. Es la última seña de un hombre que tuvo una buenísima relación con el teatro, tanto como actor, director o autor. Incluso como empresario, teniendo en los años sesenta y setenta compañía propia.

Yo le vi actuar en varios espectáculos, algunos de ellos crearon una mitología entre los jóvenes de aquellos años. «Sonata a Kreutzer», de León Tolstoi, fue una revelación.

Quienes conocíamos casi exclusivamente a Fernán-Gómez por sus películas alimenticias, descubrimos entonces a un gran director y actor. Poco después le vimos hacer una de sus creaciones más exitosas, «El enemigo del pueblo» de Ibsen, que en los escenarios, en pleno franquismo, tenía un hálito contestatario que se convirtió en un referente y nos colocaba ante un paso en el posibilismo.

Con estas propuestas, el empresario tuvo problemas económicos, y de repente se presentaba con obras mucho más frívolas, recuerdo «Vodevil», que no obstante daba noticia de un gran actor, de su capacidad para hacer este tipo de comedia que tan poco se compadecía con su figura y su voz. Posteriormente lo pudimos admirar de nuevo en un recital con canciones de Bertolt Brecht. Otro hito.

Llegó un tiempo de silencio escénico, hasta que un «Lazarillo» adaptado por Fernán-Gómez para «El Brujo» se convirtió en un éxito imperecedero (todavía se representa), y, casi al tiempo, «Las bicicletas son para el verano» se convirtió en una obra trascendental, un éxito de crítica y público. Y llegó el reconocimiento de su calidad de autor teatral, de dramaturgo.

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