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¿Nos alcanzarán los vientos favorables?

Calderón, Valle, Lope, Lorca, Shakespeare, Beckett o Molière, algunos de los mejores escritores de todos los tiempos, fueron dramaturgos. ¡Gran paradoja!, porque nadie considera ya hoy al teatro como un género literario. ¡Que levanten la mano los lectores que hayan leído una obra teatral! En la narrativa, o incluso en la poesía, contamos siempre con esa figura del narrador, que es quien nos cuenta la historia, ese necesario intermediario entre los personajes y los lectores. En el teatro no existe narrador alguno, nos las vemos frente a frente con los personajes, con sus palabras y sus hechos; y del lector se espera por tanto una actitud más activa. ¡Y luego está ese engorro de las acotaciones!

No se puede negar que, tras unas décadas de ostracismo en las que el director ha sido la figura central, el dramaturgo está hoy siendo impulsado por vientos más favorables. Bastante culpa de este nuevo empuje del texto dramático en el Estado español la tiene José Sanchís Sinisterra: dramaturgo -«Ay, Carmela», es su obra más popular-, director, fundador de la barcelonesa sala Beckett y de su modélico Obrador de Dramaturgia y pedagogo e impulsor de Talleres de Escritura Dramática en el Estado y en Latinoamérica. Sanchís acaba de estar esta semana impartiendo uno de estos talleres en el donostiarra Victoria Eugenia.

También hace unos días se falló el Premio Nacional de Teatro, que este año ha recaído en un dramaturgo, y además de sólo 42 años y autor de piezas nada complacientes, el madrileño Juan Mayorga. «Hay mucho talento en la dramaturgia española que no siempre ha sido protegido y defendido por quienes tenían que hacerlo», ha afirmado. Es un hecho: mientras las librerías están llenas de novelas y poemarios mediocres, resulta misión imposible encontrar un solo libro de los espléndidos dramaturgos «jóvenes»: Mayorga, Luisa Cunillé, Angélica Lidell, Rodrigo García, Paco Zarzoso, Antonio Álamo...

Mayorga tiene actualmente tres obras en cartel en Madrid, ya en salas alternativas ya en grandes salas; suya era la versión de «Fedra» que se acaba de poner en el Arriaga. «Sonámbulo», «Hamelin», «Cartas de amor a Stalin», o «El chico de la última fila» son otras piezas suyas que hemos podido ver por aquí.

Pero mientras que nos empiezan a sonar los nombres de algunos dramaturgos madrileños, catalanes, valencianos o andaluces, sin embargo es ciertamente complicado acordarse de uno vasco. Al contrario que en otras comunidades, aquí sigue plenamente vigente ese «olvido del autor» que denunciaba Mayorga. Por de pronto, la joven dramaturga de Bilbo Amaia Fernández acaba de obtener el premio María Teresa León por su obra «Amarás a tu prójimo», pieza que será difícil que veamos, pero que sí podemos leer.

Josu MONTERO

Periodista y escritor

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