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Helen Groome Geógrafa

Yo robot

Nada más claro. Mi destino es ser un robot que no piensa, no reclama, no lucha, no reivindica, no demanda, no raciona, no emplea la lógica, que renuncia a su imaginación y a su iniciativa y que no tiene ninguna expectativa de cambiar su condición y su futuro. Me quieren programar para ser sumisa, obediente, ortodoxa, callada, complaciente y letárgica. Y como yo, miles, millones de robots, de primera, segunda y ninguna clase. Quien dicta, dicta por nuestro bien. Quien calla, calla también por nuestro bien.

A los y las robots nos cierran puertas, nunca se nos abren. No es de recibo ni se aceptan actividades que puedan cambiar siquiera en un matiz cualquier aspecto de nuestras vidas, a no ser que recibamos el beneplácito de quien dicta, por supuesto, porque él o ella se beneficiará del cambio.

Procede producir más riqueza para quienes dictan. No procede luchar por la verdadera lengua del pueblo robot, no es aceptable oponerse a la militarización de la sociedad robot, no es prudente luchar por un medio ambiente robótico estable y duradero, no es razonable tener como objetivo la distribución equitativa de la riqueza... todas estas cuestiones están ya programadas, natural- mente pensando en nuestro bienestar como robots, y cuestionar la situación actual es ponerse en contra de los fundamentos de la sociedad robot, desgarrar la civilización inventada por quien dicta y cuando menos aparentar una actitud claramente amenazante o aterrorizante. O cualquier cosa que mueve y respira en el entorno de dicha palabra.

Hemos visto claramente qué le puede suceder a cualquier robot que procure traspasar los límites de la decencia, según la definición de decencia de quien dicta. Discrepar con los límites de la decencia es discrepar con todo lo que es bueno, todo lo que ha sido dispuesto generosamente para el pueblo robot, todo aquello por lo que lucharon anteriores generaciones de robots, y no admite críticas ni cambios.

Cualquier robot que quiere otra cosa, de cuya visión difiere, que procura diseminar su visión de futuro o que se atreve dar pasos para lograr otra cosa es indigno como individuo del pueblo robot; será tratado como elemento del entorno del terror que emana de la perspectiva del cambio y será castigado de manera ejemplar para que las siguientes generaciones de robots se acobarden y acepten su condición sin rechistar.

Para horror de los y las que dictan, ha habido lotes enteros de robots defectuosos. Robots que se obstinan en cuestionar, proponer, razonar, reivindicar. Y tantos que quienes dictan las condiciones de existencia del pueblo robot han procurado retirar del mercado a unos cuantos de dichos robots del último lote defectuoso, en una amplia operación con código de barras número 18/98. Cuarenta y pico robots que se castigan para que el resto de su lote se calle y se duerma.

Los y las que dictan no han visto el final de la película.

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