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Raimundo Fitero

Mi vanidad

La competencia publicitaria está entre los perfumes, los coches y los operadores de telefonía móvil. Al menos es lo que se desprende de una sesión ordinaria de televisión en varias franjas horarias. Han aumentado en cantidad, para eso no nos hacen falta mediciones, pero en la calidad también se nota una tendencia a la singularidad. Los impactos publicitarios deben ser constantes, porque el mercado anda en estas fechas muy saturado, por lo que los lenguajes deben irse ajustando a las tribus urbanas, o dicho con otro tono más sociológico, atendiendo a todos los nichos de consumidores, lo que viene a convertirnos, todavía de manera más clara y evidente, en unos seres pasivos, recipientes de impulsos para la compra y consumo.

Así que estabulados en nuestra circunstancia de franquicia de todas las marcas, solamente nos queda la vanidad de sentirnos únicos. Una ilusión, una quimera, somos masa, pero podemos ponernos el mismo calzoncillo que el futbolista, perfumarnos igual que la actriz y ganar dinero igual que «El Pocero». Las vanidades se acumulan y en las periferias de los anuncios nos encontramos con alguna serie que nos sigue dejando absortos, y los jueves, esos días medianos, nos hacen mejorar las prestaciones de nuestros mandos para poder atender sin desencuentros excesivos todas las posibilidades de quedarnos en un lugar o ser un errante televidente.

Cerramos el viaje de salto en salto, recorremos tertulias espumantes de odio, chistes repetidos, misiones imposibles, amores de costadillo, fases de maduración de propuestas inmaduras. Uno se siente bien acompañado con la relación desafiante entre el fiscal «Shark» y su hija adolescente, huye de la plastilina tardo franquista, persigue la castidad sorteando GH. Y al final nos invade una extraña sensación de desamparo, un vacío y solamente encontramos un camino reconocible en los anuncios, iguales en todas las cadenas, lo que acumulando mensajes, se transforma en nuestra nueva identidad diferida auténticamente falsa, pero donde caben todas las vanidades con sus logos y musiquitas.

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