UPN y PSN reprodujeron ayer una fotografía que ya es clásica en la historia política de Nafarroa. Carlos Chivite y Miguel Sanz pactaron los presupuestos del mismo modo que antes hicieron durante años y años Jesús Aizpún y Gabriel Urralburu, luego el mismo Urralburu con Juan Cruz Alli, o más tarde Miguel Sanz y Juan José Lizarbe. Mirado desde esa perspectiva, habrá quien concluya que no hay novedad alguna. Pero la lectura en esta ocasión es totalmente diferente a los ojos de la ciudadanía navarra. Y la especificidad de la noticia no reside siquiera -que también- en que el acuerdo se haya alcanzado con tan enorme facilidad y sin postergar las negociaciones hasta las campanadas de Nochevieja, como es costumbre obligada.

La novedad auténtica, el trasfondo que convierte esa firma en especialmente reveladora, estriba en que toda la ciudadanía navarra sabe que la fotografía real del acuerdo no es la de ayer, sino que se gestó hace meses a más de 400 kilómetros de distancia. Una foto en la que los protagonistas no fueron el cirbonero Chivite y el corellano Sanz, sino un leonés -José Luis Rodríguez Zapatero- y un gallego -Mariano Rajoy-. Y un consenso en el que el objeto de encuentro no era siquiera el modo en que se gastará el dinero de la ciudadanía navarra o la identidad de su futuro presidente, sino la manera de apuntalar la unidad española.

El apretón de manos de ayer, por tanto, no determinó los presupuestos navarros. El propio Zapatero no dudó en confesarlo cuando, también en Madrid, prometió a Sanz que su gobierno tendría «estabilidad», culminando su strip-tease sobre Nafarroa. Las cuentas se decidieron allí, como ocurrió con el Gobierno y, sobre todo, con el rechazo a avanzar hacia un proceso de resolución basado en la devolución de la capacidad de decisión a la ciudadanía navarra y vasca en general.

Lo grave, en conclusión, no es siquiera que los presupuestos sean buenos o malos. Lo grave es que el apellido de «navarros» les viene grande.