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Víctor Moreno Escritor

Obispos y microscopios

A partir de la constatación de la raíz común de las palabras «obispo» y «microscopio», el escritor Víctor Moreno compara ambos térmimos, con una buena dosis de humor, para obtener la paradójica conclusión de que la práctica de los primeros y la utilidad científica de los segundos son incompatibles, y observa que es la propia Iglesia la que ha establecido dicha incompatibilidad.

Dice Alberto Savinio que el poeta Leopardi se sintió jubiloso al descubrir que la palabra «náusea» viene de naus, nave. Añadía que experimentó parecida alegría al advertir que «esnobismo» es sigla de sine nobilitate. No quisiera aparecer como un entrometido si confieso que una vez también yo viví este humilde gozo intelectual al constatar que la palabra «lipograma» -ocultar una letra-, tenía el mismo origen que «eclipse». Ambas palabras proceden del griego lipein, ocultar. Y ya se sabe que Perec publicó una novela lipogramática, «La disparition», donde «lipaba» la letra e, fundamental en su lengua; y que fue traducida al castellano con el título de «El secuestro» (Anagrama) sin la letra a, la más abundante en la lengua de Marcial Lafuente Estefanía.

En lo que no sentí ninguna alegría ni satisfacción, ni intelectual ni corporal, fue al toparme con las palabras «obispo» y «microscopio» y comprobar que procedían de la misma cuna lexemática. Al constatar su idéntica raíz lo que alcancé fue un nivel de desconcierto renovado. Al instante, pregunté lo que transcribo: ¿cómo era posible que dos palabras, que denotan significados y ámbitos tan contrarios, pudieran tener el mismo padre o madre lechemáticos?

La verdad es que el descubrimiento resulta perturbador. Pues el tute y matute que han dado obispo y microscopio en su evolución semántica no tiene parangón. Si la palabra «microscopio» ha servido y sirve para realizar avances científicos, la de los obispos lo ha sido para frenarlos.

El inventor del microscopio fue un creyente, Anton Van Leeuwenhoek. El hecho no tiene matiz extraordinario alguno. En la época en que lo inventó era meapilas hasta Newton. Además, existe otro argumento más prosaico. Dedicarse a la investigación, sea científica o patafísica, no es incompatible con creer en la transustanciación del rioja en sangre de Cristo; del mismo modo que no lo es con ser un asesino, un estafador, e iba a decir con ser obispo, pero como ya lo he dicho, pues ahí se queda.

Ambas palabras, obispo y microscopio, proceden del verbo griego skopein. Obispo de episcopus, y éste de skopeuo. En ambas palabras, la carga semántica procedente del verbo significa mirar, observar, registrar, inspeccionar, reconocer, examinar, investigar. En definitiva, un campo semántico con acciones propias de quien asume la sutil como grosera intención de fisgar en algo o en la vida de los demás.

Claro que el verbo griego que llevan los obispos escondido entre los pliegues de su faltriquera nada tiene que ver en la práctica con el que transporta a secas el inofensivo microscopio.

El skopein del obispo es demasiado escopeo para el cuerpo. Su objetivo fisgón o mirón va más allá de los límites que establece perentoriamente ese sencillo cristal con el que el científico investiga en laboratorio particular aquella realidad que, una vez observada, analizada y contrastada, le deparará unos conocimientos, que, incomprensiblemente, enloquecerán la autoridad ridícula de los obispos.

A diferencia del científico, el juego favorito de los obispos es escopear a los demás, por encima, por debajo y por donde haga falta. Los obispos no sólo son mirones por naturaleza etimológica, sino que lo son por función; una función que ninguna empresa de este mundo les ha encargado. Sin que nadie se lo haya pedido han hecho de la conducta del ser humano su campo de fisgoneo, pero no con afanes científicos, sino teológicos y transcendentales. Y es que a los obispos el microscopio, que llevan integrado en sus intestinos lexicales, hace tiempo que les da dentera.

Hasta la ciencia que puede proporcionar dicho adminículo les parece cosa terrorífica. Lógico. La Iglesia siempre aborreció las máquinas; además de la penicilina, la vacuna contra la viruela y el pararrayos. La única «ciencia» a la que aspiran los obispos es la teología. Les encantaría volver a los tiempos de la Edad Media. Ratzinger casi lo está consiguiendo.

¿Que exagero? Ni una coma. Este papa ha declarado incompatible la teología con el microscopio. Por eso ha advertido del peligro de una teología con ansia científica, es decir, pasada por la mirada rigurosa del microscopio histórico, social y, en definitiva, crítico. El microscopio conduce al racionalismo. Y cuando éste no existe, la sociedad es teocrática y la ciencia queda automáticamente prohibida, con o sin microscopio.

La función de los obispos es la misma que realizan los científicos: observar con miramiento una realidad. Con un claro matiz diferenciador, mientras que los segundos analizan aspectos que pueden salvar vidas, los primeros se dedican a amargársela con sus continuas prédicas transcendentales. Mientras que los segundos establecen observaciones contrastables que ayudan a que el cielo de las personas sea de este mundo, los primeros, sin apelar a ninguna autoridad ni conocimiento evaluable, establecen principios y leyes, vamos, una ortodoxia, importándoles una casulla remendada lo que diga su primo-hermano, el microscopio.

Aseguraba un escritor que los obispos eran los mejores estilistas que había conocido en su vida. Pues nadie como ellos frecuentaba tanto y con tanto esmero el vacío conceptual. Eso sí, no podían evitar que, alguna vez, se les escapase algo parecido a una idea. Y es que, cuando critican conquistas científicas obtenidas mediante la observación microscópica, dejan en mal lugar hasta el índice de su cultura personal.

Particularmente, no creo que los obispos posean la complejidad moral de las malas personas. Algunos parecen hasta buena gente. Tampoco considero que estén adornados con la simplicidad intelectual del dogmático, y mira que lo son. De lo que no dudo es de que se trata de una tropa de fatuos inconsútiles. ¿Cómo saben, por ejemplo, que son gratos a los ojos de Dios? ¿Por qué se empeñan en pasar sus ocurrencias, algunas realmente ridículas, por la voluntad del Altísimo? ¿Cómo pueden empecinarse en asegurar que la democracia es intrínsecamente perversa si no se asienta en la teología revelada?

Quizás esté yo en un grave error. Quizás es que los obispos posean en verdad microscopios teológicos con los que mantienen hilo científico directo con el Altísimo.

Algo de esto debe de ser, porque, si no, no es muy lógico que un tipo versado como Vidal Beneyto pidiera este verano pasado el concurso «mirón» de los obispos para elevar la moral de la sociedad actual. Según su obispal y polancustriano decir: «La ausencia general de la moral pública encuentra su razón de ser en la atonía axiológica contemporánea de la que deriva el relativismo curalotodo que la ideología posmoderna ha elevado a la cumbre suprema del hedonismo múltiple».

A lo que cabría replicar, ¿con o sin microscopio?

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