la historia del mondadientes
E palillo, érase una vez una persona pegada a él...
George Washington, el que fuera presidente de EEUU, recomendó no limpiarse los dientes con el mantel ni con la servilleta, ni con el tenedor, ni con el cuchillo. ¿Qué nos queda entonces? El palillo. Acaba de publicarse un libro de más de 400 páginas con la historia de este sencillo y recurrido artículo de limpieza bucal.
Joseba VIVANCO
He descubierto que el palillo no es una lengua muerta, que hay un lenguaje subliminal en el palillo, que el mondadientes habla. La cosa es así: Palillo en el centro de los labios; significado: no estoy de caza, te perdono la vida. Palillo en la comisura derecha; significado: puedes mirarme gratis, soy impresionante, estoy sanísimo. Palillo en la comisura izquierda; significado: como te pille te voy a convertir en un queso gruyer», escribía Vicentu Verdú. La verdad es que no sabemos si el currela de buzo que se dirige al tajo después de rechupetearse con el menú del día transmite alguno de estos lenguajes semióticos, pero de lo que no hay duda es de que el mondadientes o escarbadientes va mucho más allá del «palillo castizo» al que se refería el también escritor Francisco Umbral. Al ingeniero y profesor estadounidense Henry Petroski, la historia de este sencillo artículo de higiene bucal le ha dado para escribir un libro de nada menos que 443 páginas -``The Toothpick'', todavía sólo en inglés-, que se remonta al uso que ya los primeros homínidos hacían de esta `mundana' herramienta.
Hace cuatro años, un estudio reveló que los antiguos homínidos, hace casi dos millones de años, se preocupaban ya de su higiene bucal rascando su dentadura con tallos de pasto. En las raíces de sus dientes se observaban ranuras curvas, que achacaban a que ese material era más abrasivo que los actuales palillos. Había controversia sobre ello, pero en setiembre pasado el equipo de investigadores de Atapuerca informó del descubrimiento de que los neandertales de hace 60.000 años usaban palillos, como comprobaron al estudiar dos muelas.
Quizá estemos ante una de las costumbres humanas más antiguas, que se ha perpetuado a pesar de los avances en la higiene bucal. Civilizaciones como la china, india o árabe son algunas de las que utilizaron este instrumento para limpieza de dientes y encías. En la mayoría de los casos se hacían a partir de ramitas de árboles, el siwak incorporado por la religión musulmana en el mismo Corán; otro tanto han hecho los budistas o los fieles al dios Brahma.
Hebreos, griegos o romanos echaron igualmente mano de escarbadientes de los más variados materiales. Plinio Segundo aconsejó las espinas de puercoespín escandalizado por el mal aliento que dejaba utilizar plumas de buitre. En Roma, los destiscalpium estaban de moda entre las damas, siendo la madera más habitual la de arbusto de lentisco, seguramente la más demandada a lo largo de la historia de este artilugio. Pero, según la época, también se ha echado mano del bronce, hierro, plata, marfil... cuando no de huesos o espinas.
Tantos materiales han sido utilizados como consejos ha habido sobre su uso, y es que cada sociedad ha visto con buenos o malos ojos el urgarse entre los dientes en público. En 1393, un manual de Buenas Maneras Cortesanas, publicado en Innsbruck (Austria), ya describía que hacerlo en la mesa era tan vulgar como estornudar o moquear sentados delante del mantel.
En 1545, en Londres, Thomas Raynalde recomendaba escarbarse los dientes hasta que no quedara nada que pudiera pudrirse. En 1602, el también inglés William Aughan aconsejaba hacerlo en privado, mientras que otro dramaturgo isabelino, Thomas Dekker, proponía dejarse ver ante la gente con una pluma o un palillo de plata en la boca. La razón era el uso, como ya los castellanos de la época cervantina -y queda bien reflejado en ``El Quijote''- hacían al mostrar un mondadientes entre los labios como señal de haber comido, aunque no se hubieran llevado a la boca ni un mísero mendrugo de pan.
Otros, como el obispo y poeta toscano Giovanni de la Casa, en su libro de buenas maneras cortesanas, en 1558, recordaba que «al alzarse de la mesa, lucir un mondadientes en la boca, como el pájaro lo lleva para hacer el nido, o ponérselo detrás de la oreja, no es un procedimiento muy elegante».
Lo cierto es quel uso del recurrido palillo ha tenido sus altibajos históricos. Hoy, sigue siendo habitual observar a personas que mantienen la costumbre de sujetarlo en la boca, a veces después de comer, a veces como simple hábito, y muchos haciendo de su manejo un verdadero arte. Pero, ¿y qué nos dice el protocolo? Pues que en la mesa no se debe usar. Así de tajante. Si un pedacito de alimento se le ha metido a uno entre los dientes, discúlpese y vaya al servicio a quitárselo. Es más, las reglas dicen que no deberían utilizarse ni siquiera para pinchar los alimentos preparados en un aperitivo; la excepción, si se trata de unir dos ingredientes distintos.
También los dentistas los desaconsejan, por los daños que puede ocasionar. Sin embargo, como admitía el médico y columnista José Tuells, «nada menor tras una caña con aceitunas que pillar un vaso lleno de mondadientes planos, coger uno, aunque sobes el resto, y darles marcha». A su salud.