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Gracq ya no espera

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Iñaki URDANIBIA |

En 1951 rechazaba Julien Gracq el prestigioso premio Goncourt que le era concedido por su novela «Rivage des Syrtes» (traducida al castellano como »El mar de las Sirtes» y publicada por Edibolsillo, creo recordar). No era amigo el gran escritor de los brillos de la farándula y de los intercambios de favores del mundillo de las trastiendas literarias, sino que su único compromiso era con la escritura, brillante donde las haya. No es que Gracq fuese escritor de un solo libro, sino que servidor solo ha leído un par de ellos y recuerda en particular con mayor detalle el citado ya que lo ha releído recientemente , y fue el que le lanzó a la fama y el más conseguido, y celebrado, de toda su extensa obra.

Igual que otros esperaban, o esperan, la llegada de algún mesías que les redima de este valle de lágrimas, y dejando la escritura de tipo religioso, la vida es una continua espera de un futuro mejor, personal o colectivo, o si no que se lo pregunten a los revolucionarios de todo tipo, o a sus admiradores, por ejemplo, el Kant que creía ver en la revolución francesa, más bien en el entusiasmo provocado por ella no en los participantes directos sino en los espectadores el signo (signum demonstrativum, rememorativum, pronosticum: signo demostrativo, rememorativo, pronóstico) de la marcha hacia mejor de la humanidad. Ciñéndome, no obstante al campo de la literatura, como reflejo y metáfora de los humanos cuya existencia es continua espera, hay en ésta una serie de esperas sonadas: ahí están los dos personajes, de Samuel Beckett, del «Esperando a Godot», que nunca llega, para ver si pasa algo y cambian sus monótonas vidas , o los militares -en especial Drogo- del «Desierto de los tártaros» de Dino Buzzati, que miran al horizonte para ver si ven llegar al enemigo que amenaza del norte, y que tampoco llega, y cuando parece llegar es tarde para la vida, o la espera de los personajes de Coetzee en su «Esperando a los bárbaros», pues bien en la misma línea -y aparecida once años después que la novela del italiano Buzzati- está la ejemplar novela del ahora desaparecido.

Quien hubiese nacido bajo el nombre de Louis Poirier en 1910, en Saint-Florent-Le-Vieil (Maine-et-Loire), cambió su nombre a los ventisiete años- por el que pasó a ser conocido como escritor y que le acompañó hasta el pasado domingo en que falleció, en su Loira natal en donde vivía retirado desde su jubilación. Estudiante brillante y devorador de lecturas -que comenzaron por el imaginativo y anticipativo Julio Verne- se licenció en Geografía e Historia y ejerció como profesor en Nantes en donde se afilió al PCF, militancia que duró un lustro. Su dedicación a la enseñanza no le abandonará hasta su jubilación. Es en 1937 cuando decide dedicar su tiempo libre a la escritura, y si en un principio se ve atraido por el surrealismo, al final se va decidir por la vía marcada por «El rojo y el negro» de Stendhal según él mismo señalará. En esta decisión jugó un papel esencial la novela de Ernst Jünger, »Por los acantilados de mármol», novela que le va a llegar a lo más hondo del corazón, y le va a empujar a buscar la historia como suelo firme en el que anclar su escritura; y en la inquietante novela del alemán hallará el ambiente de vacío, nihilista, en que se movían los humanos en aquellos años, al igual que se verá influenciado por cierto individualismo teñido de dandismo libertario (no se olviden las figuras del «anarca» y/o del «emboscado» del germano). La historia no cabe duda que no sólo marcó su literatura sino su propia existencia al ser movilizado en la segunda guerra mundial, entre 1939 y 1941.

La figura solitaria del militar de su novela -aparecida en 1951- está guiada por una esperanza incierta desde que vislumbra el Almirantazgo, enclave estratégico en la defensa del país, en ese lugar en que se da la unión y la separación con el otro: la frontera. Tensa espera que mantiene al lector en una situación de inseguridad acerca de qué se atiende, si algo va a lllegar... misterio que se apoya en un personaje colmado de incertidumbre al tiempo que de una seguridad en el destino que está llamado a cumplir en la defensa del Almirantazgo, y de su país por añadidura. La obra es brillante en su escritura hasta el punto -me atrevería decir- de deslumbrar en su cuidada belleza en la que uno puede leer páginas enteras como embelesado, hasta los límites del mareo, por una voluntad destacada de estilo que usa de un esmerado léxico y de una pulidísima sintaxis...que roza las lindes del excesivo manierismo.

La huella de las maldades de la guerra es alargada y si en la novela señalada ésta se dejaba ver con amplitud, no se ausentó de su siguiente obra escrita siete años después: «Un balcon en forêt», en la que los puntillosos preparativos guerreros y la angustiada espera del choque con el enemigo contagia al lector hasta las entretelas...luego vendrían sus «ejercicios de estilo» que le convirtieron en uno de los escritores más recomendados para los escritores y los alumnos, y aprendices, de la lengua de... Julien Gracq.

OBITUARIO

Lugar de nacimiento: Saint-Florent-le-Vieil (Estado francés). > Fecha: 27 de julio de 1910. > Nombre real: Louis Poirier. > Profesión: Escritor y profesor de historia y geografía.

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