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¿Por qué mis hijos pillan tantos virus?

¿Es malo darle paracetamol, jarabe para la tos y antibiótico a la vez? ¿Cuándo mandarle o no a clase si tiene fiebre? ¿Es importante el color de las heces? Preguntas que «torturan» a padres y madres con hijos pequeños. GARA ha visitado la consulta del pediatra.

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Joseba VIVANCO

Un invierno especialmente duro el que están viviendo las consultas de pediatría, a diferencia del anterior. Este año, los virus y los catarros están siendo el parte médico de cada día. Lo sabe muy bien Martín Viar Urieta, pediatra que acaba de cumplir su mayoría de edad profesional en el ambulatorio alavés de Amurrio. Por su estetoscopio y su otoscopio han desfilado en estos dieciocho años miles de niñas y niños de toda la comarca. Él fue uno de lo impulsores en su día de una exitosa guía de preparación sicológica para los más pequeños ante una operación quirúrgica. Esta vez recibe a GARA en su consulta, decorada de dibujos agradecidos de sus pequeños pacientes, para responder a una pregunta que no hay padre ni madre que no se esté haciendo estos días: ¿Por qué mi hija, mi hijo coge tantos virus? Lo que todo padre y madre siempre quiso saber y nunca se atrevió a preguntar a su pediatra.

¿Por qué mi hijo coge tantos virus?

La respuesta de Martín Viar es tan simple como, seguramente, insuficiente para muchos padres: «Cogen tantos virus porque tenemos que coger muchos virus». El recién nacido tiene los anticuerpos que le ha pasado la madre durante el embarazo, y ésos le duran los tres o cuatro primeros meses de vida. Luego, los anticuerpos los adquirimos a través de las vacunas o, paradójicamente, cada vez que tenemos una infección. Cogiendo infecciones cogemos anticuerpos. «Es un peaje animal que tenemos que pasar y, entre comillas, es algo bueno», subraya.

¿Es necesario tratar la fiebre?

A su juicio, se trata de «una pregunta filosóficamente muy compleja», porque «ni yo sé si sabemos si la fiebre hay que tratarla, si hay que ser tan agresivo con la temperatura corporal de un niño. Porque si está ahí, será por algo». Viar reconoce que su tratamiento con antitérmicos sirve para permitir al enfermo un mejor estado y al propio pediatra para descartar otro tipo de infecciones más problemáticas. Sin embargo, aclara: «Insisto en que lo que no debemos ser es agresivos con la temperatura. La gente viene a la consulta y te cuenta la temperatura que ha tenido casi cada hora, cuando lo más importante es el estado general del chaval, no fijarse sólo en la fiebre. Si tiene fiebre y mocos, que no piensen en cosas graves».

¿Cuánta temperatura es fiebre?

Los niños, aclara este especialista, regulan mal la temperatura, sobre todo en los tres o cuatro primeros años de vida. «Un virus que a los adultos nos da 37,2º, que te deja pachucho, a un niño le da 39,5º. Así que los padres no deben liarse con el termómetro. En los niños pequeños lo mejor es tomar la temperatura rectal, la más fiable. Si da 37,5º, eso es normal; si le da 38,5º, entonces hablamos de fiebre. En la axila, por ejemplo, es fiebre si tiene por encima de 38º».

La «termómetrodependencia»

Termómetro y antitérmico, las armas de combate de madres y padres ante los virus. Viar matiza que «el termómetro sólo mide la temperatura y, en principio, no es más grave una infección con 38,5º que con 39,5º. No hay que pasarse con el termómetro, tan sólo ver el estado general del chaval».

Convulsiones por fiebre

Un 5% de los menores sanos las sufren. Que la fiebre esté alta no tiene nada que ver con ello, puntualiza. Es algo que sucede. «El niño que va a convulsionar, lo va a hacer. Sé que es un susto que los padres no olvidarán nunca, pero apenas dura dos o tres minutos. Si se repite muchas veces se suele dar Valium para manejarlo, pero, insisto, convulsionan porque tienen que convulsionar. A quien le pasa varias veces, las primeras corre a Urgencias; luego, ya sabe lo que es».

La escolarización

«Los dos o tres primeros años de escolarización suelen ser muy malos y no es hasta los ocho, diez o doce años cuando ya empiezan a venir poco por la consulta», recuerda este especialista. En su primer año en la guardería o la escuela infantil, atraviesan de media diez o doce procesos víricos. «Debemos saber que los niños cogen gérmenes en cuanto tienen acceso a ellos, pero no porque se enfríen, porque suden a la noche, porque le tapemos poco, porque el otro día se me olvidó abrigarle más en el parque... Los pequeñajos cogen catarros porque tienen que cogerlos, los gérmenes están ahí», precisa. «Y es la desventaja de la escolarización tan temprana», ironiza.

Los gérmenes

Los más habituales entre los más pequeños suelen ser aquellos contagiados por la vía respiratoria y que dan lugar a catarros, faringitis, gripe... «Pero son virus y el 60-70% de los que coge el niño, entre comillas, se pasan solos, no necesitan antibiótico», apuntilla. «La que más nos debe preocupar es la meningitis, pero la de las petequias o manchitas rosadas. Yo, en 18 años sólo he visto dos casos de los miles de chavales que he tenido, pero si se da, entonces a correr al hospital. Quiero decir con esto que si no hay manchas, no nos dejemos llevar por la ansiedad de salir a las doce de la noche a todo correr al hospital de Cruces».

Uso racional del antibiótico

No hay epidemiólogo que no avise ya del abuso de los antibióticos en nuestra sociedad. Hace décadas, se erró al pensar que se acabaría con los virus a base de fármacos; hoy, apenas se descubren nuevos y los gérmenes resisten cada vez más a los de toda la vida. «Siempre se nos echa la culpa a los pediatras de que usamos demasiado antibiótico. Los que me conocen saben que no soy de ésos. Pero más que los pediatras, los padres los usan aún más... y los especialistas todavía más y con bastante menos criterio, con perdón. Cuando el pediatra plantea esperar un par de días a ver cómo evoluciona el chaval, no es un capricho. Pero muchos padres parecen quedarse tranquilos sólo si se les receta antibiótico, y no hay que abusar».

Antiobiótico y las horas de ingesta

No hay padre o madre que no haya estado preso de la prescripción de administrar cada cuatro u ocho horas el antibiótico. «No podemos estar pendientes de darle a las ocho de la tarde, con lo cual le despierto a las cuatro de la mañana, con lo cual luego le toca a las doce del mediodía... Lo más fácil es darle en el desayuno, comida y cena. No pasa nada por desviarse unas horas, no hay que ser tan estricto», responde a la cuestión.

Combinar antitérmicos

«Es muy famoso el mito de que si no le baja la fiebre, le vamos dando el Dalsy o el Apiretal, sucesivamente. Teóricamente, el paracetamol sienta mal en el hígado y, teóricamente, el ibuprofeno, si te pasas con la dosis, sienta mal en el estómago. Así las cosas, como cada uno te puede estropear una cosa si te pasas, surgió la idea de combinarlos... y es un error. Dar muchas veces alternando es igual de malo que dar muchas veces uno solo. Y volvemos a lo de si es bueno tratar agresivamente la fiebre. No podemos estar todo el día con el Apiretal y el termómetro en la mano y enchufándole la dosis cada cuatro o seis horas, y así el niño está correteando. Déjale tranquilo que sólo es un virus, una otitis y mañana igual se le ha pasado», explica Viar. Su consejo es que «le demos el antitérmico que más le guste al chaval. Dadle a la mañana, al mediodía y antes de dormir, y no más. Y si a las dos de la mañana está dormido, calentito, con 38º, déjale tranquilo».

¿Antitérmico y antibiótico a la vez?

Fiebre, tos, infección de oído. «Los esquemas se me rompen. Todo a la vez, antitérmico, jarabe para la tos y antibiótico... Lo mato. Pues no, no hay problema en darle todo a la vez. Antaño, nos daban un jarabe con codeina para la tos, antiestamínico, un chorrito de antibiótico, otro poco de antitérmico y dormías como un santo», puntualiza.

¿Cuándo llevarle a clase?

Es la pregunta que todos se hacen cuando el niño se levanta con fiebre o la arrastra del día anterior. Martín Viar propone no fijarse tanto en la temperatura corporal, sino en su estado general. «Se supone que la guardería o la escuela es para relacionarse con los demás, hacer el desapego familiar, con lo cual un niño con 38º, una tos terrible y sin pegar ojo, poca interrelación puede hacer. Por norma, un niño puede ir a clase cuando esté 24 horas bien en casa, bien aburrido... Como dice mi madre, es cuestión de sentido común, aunque éste sea el menos común de los sentidos», expone.

A partir de aquí, algunas indicaciones. Hay ciertos gérmenes susceptibles de ser contagiados y así, por unas anginas deberemos esperar al menos 24 horas después de haber empezado a ingerir el antibiótico; en el caso de la tosferina serán cinco días; y si hablamos de la varicela, lo ideal es esperar entre cinco y siete días a partir de que le hayan salido los granitos, no por evitar el contagio -se da dos días antes de aparecer los granos-, sino porque el niño está más debil frente a otros virus y las costras están demasiado recientes.

Respecto a otros virus, como el que provoca la conjuntivitis, el contagioso es aquel que deja mucha purulencia y legañas en los ojos, así que esperar 24 ó 48 horas hasta que el colirio haga efecto.

Mitos: las cacas, las flemas...

Este reputado pediatra hace un especial punto y aparte en el apartado de los mitos pediátricos que se han instalado entre madres y padres. Uno de ellos es el del color de las heces de los niños. «Que si amarillo limón, que si marrón no sé qué... En cuanto nace el niño, todo el mundo mira las caquitas y luego se lo cuenta al pediatra. Que me parece bien, pero que tampoco el color importa tanto. Una cosa es que eche caca negra o blanquecina como masilla, pero entre el marrón y el amarillo...»

Otro motivo de preocupación obsesiva suelen ser las flemas. «Que si suben, que si bajan, que si a ver si las echan... Y encima le digo que vomite, que se va a quedar a gusto. Las flemas no las echan porque no pueden. Un niño con una bronquitis no echa la flema porque tiene el bronquio cerrado y no puede echarla. ¡Ya la tragará y se irá por las cacas! Que no se líen con las flemas».

Tampoco podía faltar el dichoso apetito. «Tosiendo, cagando, sin apetito... y encima queremos que coma. Dejadle tranquilo, ya comerá, que no se va a quedar en los huesos. ¿Cómo están los adultos cuando pasan una gripe? Porque tenga un simple virus no quiere decir que esté hecho polvo».

Contra la fiebre, cama y mucho cariño

Martín Viar da un último consejo a padres y madres: «Estamos en una sociedad en la que los niños tienen que estar bien. Pero la enfermedad supone espera, relajo, tiempo. Y no tenemos ese tiempo. Hay una demanda de curación rápida, pero yo recuerdo cuando de pequeño estaba enfermo, en la cama, con mis padres... A un chaval malito hay que dejarle que tenga fiebre y darle cariño. Y es una posibilidad que nos estamos perdiendo. En lugar de preocuparnos tanto, disfrutemos más de nuestros hijos».

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