AMERICA LATINA Frei Betto 2007/12/26
Cena de Navidad
(Traducción de J.L.Burguet)
Se dio por celebrada la Misa del
Gallo en la madrugada del 25 de diciembre. (...)
Despojado de los ornamentos, el padre Alfonso se vio solo. Miserablemente solo, en plena noche de Navidad. El celibato es un don y él creía haberlo recibido. A lo largo de veinte años de sacerdocio le sobrevinieron muchas tentaciones. (...)
Le atormentaba verse solo en la mesa del comedor. Comer es comunión, compartir, mezclar el yantar con el diálogo ameno y alegre. (...)
En aquella noche la soledad le golpeó fuerte. Una soledad con una punta de amargura adherida a una expectativa frustrada. La sentía en la boca del alma. Ninguno de los feligreses había tenido la gentileza de convidarle a cenar.
Shirley tenía los ojos hinchados, el pecho sofocado, el corazón encogido. Desde la caída de la tarde había llorado copiosamente al recordar las navidades de su infancia. Se acordó de la familia que la repudió, del marido que la abandonó, del hijo que se avergonzaba de ella. Sintió odio contra la vida, contra el infortunio a que se vio condenada. Confundida, tuvo miedo y deseo de sentir odio también contra Dios.
Si pudiera no trabajaría aquella noche, pero no le quedaba alternativa. Las deudas la obligaban a salir a la calle y esperar el dinero ocasional que llegaba escondido tras la fantasiosa excitación de su fortuita clientela.
Miró al hombre con la bolsa en la mano, camisa sin corbata, zapatos oscuros. Quizás viniera del trabajo. Lo encuadró en la tipología adquirida en tantos años de callejear: tenía el aspecto ingenuo de los que sólo buscan aliviarse y, a la hora del pago, prefieren ser generosos antes que enfrentar a una prostituta enojada dispuesta al escándalo. (...)
Al desabrocharse el primer botón ella intentó decir algo, pero él se le adelantó; le explicó que no estaba allí en busca de sexo sino de compañía. Pero que le pagaría lo acordado. Le habló de su sacerdocio y de su soledad, y le preguntó si ella estaría dispuesta a orar con él y a compartir la cena.
(...) Después le preguntó si le gustaría recibirla eucaristía. Shirley pareció sentirse golpeada. ¿Cómo ella, una puta, podría recibir la hostia sin haberse confesado siquiera? El sacerdote leyó el texto de Mateo 21,28: «Las prostitutas les precederán en el reino de Dios». Y pensó que debiera ser él, y esa sociedad cínica, injusta y desigual los que debieran confesarse con ella y pedirle perdón por haberla obligado a una vida tan degradante. (...)