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Fede de los Ríos

Feliz y próspero ano viejo

Acaba un año con la sensación de un eterno retorno. Los poderosos se preparan para dominar otros mil años. Los escenarios nacional e internacional parecen estar petrificados... quizá Latinoamérica.

El año termina con decenas de vascos en las cárceles y una nueva hornada se prepara. Los aparatos del Estado están fabricando nuevas pruebas inculpatorias para todo aquél que se atreva a disentir. No necesitan de un Guantánamo alegal, aquí los jueces comen de la mano de sus amos. Si el fiscal pide una pena, el juez dos huevos duros más y nadie en la judicatura se atreve a alzar la voz de la razón.

Oímos declaraciones de detenidos que dicen haber sido víctimas de torturas, como en el caso de Gorka Lupiáñez, mientras las autoridades sancionan la ilicitud de pegarle un cachete a un crío.

Nos imponen el llamado Tren de Alta Velocidad, -como si la vida no fuera lo bastante rápida-, pidiéndonos, a la vez, especial atención en separar el plástico del papel y de lo orgánico al arrojarlo en los contenedores.

Para colmo los obispos, freudianos o pederastas (no lo sé), se sienten provocados por impúberes perversos polimorfos, tipo niña de «El Exorcista», y andan con los glandes desbordándoles los prepucios.

¡Joder que mundo éste!

Cuando se está a punto de cumplir medio siglo suele hacerse balance de lo vivido. La situación no es como para echar cohetes. Como cuando joven: capita- lismo, monarquía, Guardia Civil, obispos, los yanquis, el Opus, el telediario, se murió Encarna Sánchez y ya la echamos en falta. ¿Por qué me alegraría yo de la muerte de Franco? Nadie fue a la cárcel ni al destierro. Se dieron una amnistía y siguen en el poder: la transición a la española.

Ahora, con televisión en color y por cable, seguimos produciendo durante ocho horas al día, el sexo ya no es pecado sino mercancía, a los niños los juega la video-consola, hablamos a todas horas por móvil sin decir nada.

La Banca aumenta día a día sus beneficios mientras nuestro nivel adquisitivo desciende. Antes hipotecábamos parte de nuestra vida, ahora nuestra vida es parte de una hipoteca. No podemos beber, fumar ni engordar, y si no dilatamos a su gusto nuestro esfínter, nos ilegalizan y encarcelan. Eso sí, nos prometen que ano nuevo, vida nueva. No sé si por las hemorroides o por la edad, no veo yo que vayamos a cambiar de costumbres. Afortunadamente.

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