Cuando me siento perplejo ante un acontecimiento descomunal -como ahora, que veo a hijos de Euskal Herria encerrados en cinco siglos de rejas- consulto, abriendo al buen tuntún, mi Biblia particular. No es un librote gordinflón como la Biblia judeo-cristiana, sino un conjunto de varios miles de volúmenes de mis librerías, que sin pretensión de ser revelados, contienen gran parte de la sabiduría ancestral y presente. Y la búsqueda -al azar- de explicación me la da así la palabra de Dos.

Primera palabra, Miguel de Unamuno:

«De las tiranías, la más odiosa me es, amigo Maeztu, la de las ideas; no hay cracia más abominable que la ideocracia que trae consigo, cual obligada secuela, la ideofobia, la persecución en nombre de unas ideas de otras tan ideas, es decir tan respetables o tan irrespetables como aquéllas. Aborrezco toda etiqueta; pero si alguna me habría de ser más llevadera es la de ideoclastia, rompe-ideas».

«Aquí hemos padecido de antiguo un dogmatismo agudo; aquí ha regido siempre la Inquisición inmanente, la íntima y social, que la otra no fue más que pasajero fenómeno; aquí es donde la ideocracia ha producido más ideofobia».

Segunda palabra, Baruch Kimmerling:

«El politicidio es un proceso que cubre una amplia paleta de actividades sociales, políticas y militares cuyo objetivo es dar fin a la existencia política de una comunidad de gentes y de negar de este modo toda posibilidad de autodeterminación».

La palabra de Dos vino acompañada de música de fondo:

Coro: «Constitución, constitución; única es mi paloma, única es mi perfecta» (Cantar de los cantares 6.8.10).

Y de réplica:

Solista: «constitución, constitución, cuántos... se cometen en tu nombre» (Apócrifo de Madame Rolland ante el patíbulo. Censurado).