PÚBLICO.ES Gran Wyoming 2008/1/4
Se me ve el plumero
«Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales, que lavándose las manos se desentienden y evaden», decía Gabriel Celaya, poeta.
Algunos lectores me piden que sea neutral, ¿para qué? Quieren que sea otro. Pero, vamos a ver, ¿tengo cara de árbitro? Yo no soy objetivo, tengo una ideología y un sentido de la honradez que me inculcaron de niño, por eso me indignan las cosas que aquí escribo, y por eso no escribo lo que demandan mis detractores. Quieren que reparta a todo el mundo: para eso están los carteros. No, no soy igual que ellos. Es más, huyo de su bando aunque se vive mejor. ¡Ojalá tuviera una religión que me perdonara las fechorías con sólo desearlo! Es cómodo eso de que se limpie el historial de pecado con un gesto del confesor parecido al de los magos. A mí me lo hacían de pequeño y era cómodo, te dejaba nuevo, hasta que empecé a mentir en la confesión porque me daba vergüenza contarle a un señor metido en una cabina oscura si me tocaba el pito, o no (...). El camino hacia el confesionario me hacía sentir como Caperucita yendo a llevar la merienda a la abuela. Dejé de ir. Me forjé una moral propia, firme. En ella me mantengo. No soy neutral. No soy equidistante. Desconfío de los que declaran vivir en el centro. No existe, es un lugar de paso. Hay que insistir en ello: los que afirman que en política son todos iguales mienten. Tienen sus favoritos. Son como los que dicen que ven la telebasura casualmente, cuando hacen zapping. Se avergüenzan de ello. Les comprendo. Yo no soy neutral, así no tengo que mentir.