GARA > Idatzia > Kolaborazioak

Gabriel Mª Otalora Escritor

El aborto y la vida

La pretendida ampliación de los supuestos legales del aborto recrudece la controversia entre principios, derechos e intereses en juego, de difícil conjunción

Nuevamente se plantea la despenalización del aborto para convertirlo en un derecho, sin mayores consideraciones. Por ejemplo, un debate multidisciplinar que de luz este controvertido tema social, igual que se ha debatido intensamente sobre le derecho a la vida que ha desembocado en la abolición de la pena de muerte en la mayoría de países llamados civilizados. (No entiendo a los que hacen cruzadas contra el aborto y defienden la pena de muerte).

No es cosa baladí las consecuencias que se derivan de la interrupción voluntaria del embarazo. Siempre son duras y pueden dejar secuelas. El dolor va inseparablemente unido al problema que surge cuando alguien se cuestiona o decide abortar. No captar esta realidad supone desconocer la hondura del drama que subyace bajo esta decisión, independientemente de las razones esgrimidas para dar este paso; no es una decisión más, como reconocen las mujeres que han pasado por este trance. Lo esencial, en mi opinión, no es buscar culpables sino defender la vida en toda circunstancia.

Lo cierto es que aumenta alarmantemente el número de embarazos no deseados y de abortos, especialmente entre las menores de edad, sin que exista una línea divisoria clara como antaño entre las personas de derecha y de izquierda, ricas y pobres, agnósticas e incluso creyentes, a favor y en contra del aborto. Estamos ante un dilema social y sobre todo ético, además de ideológico, religioso, educativo y sociopolítico. ¿Cómo posicionarnos ante esta realidad? La pretendida ampliación de los supuestos legales del aborto recrudece la controversia entre principios, derechos e intereses en juego, de difícil conjunción. Poca discrepancia hay sobre lo maravilloso que supone el nacimiento de una nueva criatura; pero también existe mucho solapamiento de la responsabilidad, una colisión entre el hecho de abortar y el derecho a vivir del nasciturus y demasiada insolidaridad hipócrita con quienes abortan, lo que agrava «el grave riesgo psicológico de la madre».

No siempre conocemos los motivos últimos que están detrás de cada decisión, ni la situación que rodea a la embarazada, muchas veces llena de sentimientos contradictorios que desembocan en un aborto consentido. Antes de sentenciar o defender, hay que preguntarse qué empuja a una mujer (o una pareja) a cercenar la vida dentro de su propio ser. Sobran las culpas y faltan varias cosas, además de educación sexual para evitar el embarazo no querido: faltan creencias éticas para asumir todo el valor de una vida; falta un criterio común legal entre países y falta ofrecer más apoyo y cariño a las embarazadas necesitadas de ayuda para no consumar este desgarro de difícil cicatrización, que siempre contarán con una legión de parejas deseosas de acoger un hijo de otras entrañas para cuidarlo y quererlo como propio. No es asunto que puede solventarse con una ampliación legal del aborto cuando el deseo de la madre es contrario al del padre (o viceversa) o surgen discrepancias en torno a las convicciones éticas y morales en la pareja. La libertad tiene su límite en «el otro».

Junto a todo esto, surge la pregunta: ¿dónde están los confines del ser humano? Tal vez la ciencia tenga la respuesta sobre el momento exacto en que nos convertimos en persona, pero ésta puede no ser la cuestión esencial si la englobamos, a su vez, en otra esfera más amplia: la del valor que la vida tiene en sí misma. Vale la pena reflexionar sobre este punto: Kant reconoció que lo humano posee un valor absoluto que no proviene de satisfacer necesidades o deseos, sino que reside en la persona. Esta categoría de «ser en sí mismo valioso» nos confiere el derecho a ser respetados y la obligación de respetarnos. Desde este enfoque, un parapléjico no es menos persona ni menos digna que un deportista de élite: «su valor no consiste en ser valioso para, sino en ser en sí valioso; absolutamente valioso; no relativamente valioso», como dice la catedrática de Ética, Adela Cortina, chocante con el trato a los semejantes según el interés o los problemas que acarrean, al margen de su dignidad humana.

Por tanto, a pesar de las grandes diferencias en las legislaciones respecto a las semanas en que se permite legalmente abortar, restemos algo de valor al instante en que comienza la vida en una persona para seguir la reflexión de Carlo M. Martini de valorar no un genérico derecho a la vida, impersonal y frío, sino experimentar una condición personal de alguien concreto llamado y amado. «El dónde empieza la vida debe quedar subordinado al qué es la vida». Desde aquí es desde donde se puede descubrir una dimensión mayor de la existencia, incluso ante al abismo de eliminar un feto.

Ante el embarazo no deseado, prescindamos de las reprobaciones para hacer sitio a la acogida y la comprensión. Nadie se equivoca actuando de semejante manera, aunque rechace el aborto y no vea diferencia sustancial entre lo ilegítimo de la pena de muerte legal a un adulto y el derecho legal a cortar la vida de un feto, porque cree que una vida tiene valor en sí misma. Antes de dar rienda suelta al suprimir, existe la libertad de mantener la vida humana, que es lo más grande que existe. El trauma de un embarazo no deseado no lo soluciona un aborto; en cambio, con amor, esa vida puede convertirse en lo más importante y lo más querido de este mundo para sus padres u otras personas.

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo