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Josu MONTERO Periodista y escritor

Quitándole la butaca al espectador

Veinte espectadores, cada uno de ellos en el interior de un confesionario por el que van pasando uno tras otro los diez actores con «confesiones» de otros tantos dramaturgos. «La confesión» fue hace unas temporadas un pequeño éxito. En «Construyendo a Verónica», la compañía valenciana Bramant congrega en torno a una mesa a ocho espectadores; el noveno es, claro, el actor. Eliminar la distancia, buscar la proximidad de la voz y de la piel: llevar al límite esa presencia y esa inmediatez que son las armas esenciales del teatro. Y, por supuesto, sacar al espectador de ese burladero que es el patio de butacas, exponerle a una cierta intemperie, fuera del cobijo y del anonimato de la butaca. Perderlo. «Viaje al país del Timismo» es la última obra del Teatro de los Sentidos. A través de un armario, cada «espectador» accede en solitario a un laberinto de espejos en el que se enfrentará a sí mismo. Potenciar lo que el teatro tiene de experiencia frente a lo que tiene de espectáculo. El catalán Josep Pere Peyró es el autor y director de «Las puertas del cielo». Veinticuatro espectadores por función son los que pueden entrar en el pequeño contenedor metálico donde se desarrolla el claustrofóbico y asfixiante viaje de un grupo de inmigrantes que intentan colarse en nuestro paraíso privado. Vivirlo en carne propia. En primera persona. Vivirlo, incluso, en el cuerpo. En «La piel del agua», la compañía Teatro en el Aire abre un hamman turco a 60 espectadoras por función -a este espectáculo sólo pueden acceder mujeres-; conseguir la intimidad, la sensualidad, la complicidad femenina que facilita la peculiar atmósfera de estos baños. Las «espectadoras» serán cuidadosamente bañadas y masajeadas por otras tantas tayabastes/actrices mientras las conversaciones y las confidencias van surgiendo. El colectivo experimental Rimini Protokoll han montado «Cargo Sofía-Madrid», un viaje -teatro documental- en el vientre de un camión frigorífico en cuyo costado izquierdo se ha abierto un ventanal y tras él una grada para 54 espectadores que pueden observar la ruta sin ser vistos. La carretera, los paisajes, gente común, trabajadores que hacen ante el público lo que hacen cotidianamente. En «Agua (cero)s-Some things happen at once», de la performer Rosa Casado, los espectadores han de pedalear y generar así la energía necesaria para que no se derrita el bosque de esculturas de hielo que conforma el espacio escénico; además, las decisiones del público dirigen el desarrollo de la pieza. Lo mismo sucede en «Realidades Avanzadas», de la catalana Compañía Conservas, una corrosiva denuncia del entramado de inmobiliarias y bancos que anula el derecho a la vivienda; la función toma la forma de una asamblea en la que las autoridades consultan a los ciudadanos; ácida crítica también de ese timo de la «participación».

Algunas de estas propuestas se podrán ver en el ciclo «Experiencias», que este año se incluye en el festival madrileño Escena Contemporánea (certamen alternativo que arranca el 28 de este mes); montajes que convierten al público en parte activa del espectáculo. Aunque ya hemos visto que eso de la participación puede tener su truco, y casi siempre en el teatro la verdadera implicación emocional e intelectual se produce en la soledad y en la oscuridad de la butaca.

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