Hay ocasiones en las que una espera, con la confianza absoluta en su acierto, el capotazo de determinados elementos en defensa de lo más inverosímil. Es el caso, por ejemplo, de Edurne Uriarte, que ayer en «Abc» nos daba una lección de cómo se puede encubrir la realidad haciendo uso de las grandes palabras.

Señalaba Uriarte que «en la lucha antiterrorista, acabamos de comprobarlo, hay que contar también con la idiotez». Y diferencia dos tipos de memez: «A veces, afortunadamente, la de los propios terroristas, como la de estos dos presuntos asesinos de la T4 que despertaron las sospechas de la Guardia Civil con gestos hostiles, pero otras, y es el caso estos días, la estupidez de una parte de la sociedad perseguida que, después de más de 30 años de experiencia de lucha democrática contra el terrorismo, cae, una vez más, en la trampa propagandística de ETA». Y del parte médico de Igor Portu, debiera agregar.

Uriarte -otra que «descubrió» a la Benemérita a edad tardía- hacía, además, votos: «Confío en que la moral de la Guardia Civil no se resienta tras este último trastorno cognitivo de la sociedad española, pero hay motivos para que pudiera ocurrir. Porque conocemos las fórmulas para hacer frente a los coqueteos ideológicos con el terrorismo, pero la estupidez tiene una cura mucho más incierta». En eso lleva toda la razón, aunque no alcance a comprender por qué.

Y saca del baúl todos sus fantasmas: «Que Amnistía Internacional (AI) se lance a exigir una investigación de las lesiones de los detenidos es lo esperable. AI hace el juego a ETA con entusiasmo todos los años y exige una y otra vez a España que acabe con las `torturas'. No distingue hechos de propaganda etarra porque no le da la gana. Ideológicamente, quiero decir». O sea, que también AI es del «entorno»... ¡Ostras Pedrín!

Y deja para el final la desolación: «Lo auténticamente desolador es que el montaje pro-ETA organizado por los propios terroristas, sus familias y el Gobierno vasco haya sido sostenido desde sectores democráticos (...). En nombre de una supuesta exquisitez democrática, los demócratas son a veces capaces de colocarse ellos mismos la soga al cuello. Y hasta de colgarse». Que visite a Portu y a Sarasola y les mire a los ojos.