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Mikel Soto Editor

Incursiones en territorio enemigo

Lo mejor es abandonar el territorio enemigo. Alejarse del fuego amigo y escuchar la felicitación del que llevaba sin coger un libro desde la ikastola Aturdidos, nos encontramos con Sarri afirmando que «El castellano también es una lengua vasca cuando la hablan los vascos [euskaldunek]». Y uno sólo puede pensar: «Oh, Señor, por qué me has abandonado»

Leo y me pregunto: ¿Cómo se introduce uno en el territorio enemigo? ¿Cómo cruza el fuego enemigo? ¿Y el amigo? ¿Cómo cruza el ñu el río infestado de cocodrilos? No es fácil. Por desgracia, últimamente me siento como el protagonista de «A las ocho en el Bule», Arrats: viendo todos los días el mismo reportaje de National Geographic. Afortunadamente, de lo que está lleno el río es de dinosaurios y el ñu, pese a conservar su aspecto, está por encima en la cadena alimenticia. Como diría el propio Arrats: «un puuuto enfant terrible de palo no va a ganar a uno de verdad».

Realmente, no es fácil realizar incursiones en territorio enemigo. De todas formas, fieles como somos a nuestro espíritu retador y aventurero, los vascos y vascas, euskaldunes o no, no dejamos de hacerlo. La cuestión es quién expide en este puuuto país los permisos para realizar las incursiones y qué es a día de hoy el territorio enemigo. Lamentablemente, hoy en día no hay como acercarse a beber al río para ser despedazado por la diestra y la siniestra. Así pues, Koldo Izagirre envía un torpedo por la izquierda que es inmediatamente aprovechado por Jokin Muñoz desde el flanco derecho para demostrarnos que, por encima de todo intelectual, están las filias y, sobre todo, las fobias. «Berria», que había relegado la publicación y éxito de «A las ocho en el Bule» a poco menos que un breve, saca a portada la tormenta desatada en Internet entre... ¡menos de diez personas! Y, por si todo esto fuera poco, hordas de vascos bienpensantes -euskaldunes o no- despotrican furibundos porque, ¡qué va!, los vascos no nos corremos dentro cuando follamos (de hecho, hacemos el amor).

Ese es el punto en el cual uno no sabe si ha de adentrarse en el territorio enemigo, porque no sabe dónde está. Mirando alrededor nos encontramos en las estanterías con los libros en castellano de Koldo Izagirre, Edorta Jiménez, Hasier Etxeberria, Iban Zaldua... ¡Imposible! Ojeamos periódicos atrasados y nos damos de bruces con los artículos en castellano de Bernardo Atxaga, Felipe Juaristi, Txillardegi... y, estupefactos, nos preguntamos: ¿Tu quoque? Repasando revistas y periódicos encontramos las recomendaciones literarias de Jon Benito, Harkaitz Cano, Xabier Izaga... y, pensamos: ¡Malditos collabos! En el torrente de pensamientos acuden a nuestra memoria las escenas vividas en la última feria de Durango y, como en la feria misma, se mezclan la noche y el día. Así, recordamos a un vizcaíno que a altas horas de la madrugada nos pregunta en el Antzoki: «Naparra eta euskaraz badakizu, e?». A renglón seguido nos viene el recuerdo de otro vizcaíno que podría ser hermano del anterior -si no un clon- que en Landako le pregunta a Xabier Silveira: «Baina, zergatik ez duzu liburua euskaraz idatzi?». Y, como el mismísimo Federico Trillo en El Salvador, pensamos: «¡Viva Honduras!». Aturdidos ya, acudimos al Parnaso y allí nos encontramos con Sarri, el mismísimo Sarri, afirmando que «El castellano también es una lengua vasca [euskal] cuando la hablan los vascos [euskaldunek]. En las Encartaciones y en la Ribera siempre se ha hablado en español, en la historia que nos es conocida al menos y la gente de allí tiene las mismas razones para hablar en castellano que las que tiene la de Ataun para hablar en euskera. No le pediría a gente como Pablo Antoñana, Miguel Sánchez-Ostiz, Pedro Ugarte o Marie Darrieusseqc que escribieran en euskera. Viviendo como vivimos en un mismo pueblo utilizar ambas lenguas me parece un mero problema de urbanidad. Sabemos que no existe el bilingüismo armónico, pero la vida también se escribe con letras torcidas. Trabajar a favor del euskera no es necesariamente trabajar contra el castellano [erdara]. Para no perder la guerra, la batalla que debemos de ganar los vascos [euskaldunek] es la de vivir a gusto en euskera». Y uno ya sólo puede pensar: «Oh, Señor, por qué me has abandonado».

Es mejor no seguir... se nos agolpan en la retina los que fumaban porros en las bileras de Jarrai; los que escribieron guiones para la ETB; los que han ido o van de chozna a chozna y tiro, por qué no, coca; los que aceptaron el Euskadi Saria; los que no se hablaban hasta que coincidieron en el mismo módulo de la cárcel; el que se pagó el dentista con el dinero de CEDRO; la que no aprendió euskera hasta que no estuvo en Iparralde; el que no fue a la poncheada porque esa noche había ligado; el Arrats que ha terminado de parlamentario de NaBai; la que enmarronó a todo cristo ante el juez...

No hay salida. Lo mejor es abandonar el territorio enemigo. Alejarse del fuego amigo y escuchar la felicitación del que llevaba sin coger un libro desde la ikastola. Entrar en la página que en el correo de Alberto Barandiaran consta como spam (http://alasochoenelbule.nireblog.com/) y leer las decenas de mensajes de «Egurra!». Recordar a Jokin Uranga cantando «Zure liburu horrek bazuen/ piperra eta metraila,/ Azpeitin ere ulertu da-ta/ ez zen hain erdara zaila». Imaginarnos el susto de Gari y la mala hostia del picolo cuando, a la vuelta del Bukowski, tuvieron la siguiente conversación en el peaje: «Buenas noches. ¿A dónde va?». «A Zarauz. A casa». «¿De dónde viene?». «De San Sebastian». «De San Sebastian, ¿de dónde?». «De una fiesta». «¿Qué fiesta?». «De la presentación de un libro, de un amigo». «¿Qué libro?». ««A las ocho en el Bule»». «Muy bien. Aparque ahí, apague el motor, y salga del vehículo...». Dejar en la Herriko un libro para el aita de Xafan. Imaginarnos a Kapota, Aspi, Ibai o Gotzon partiéndose la caja en el chabolo...

El tren partió hace tiempo y su destino y hora de llegada es, cómo no, a las ocho en el Bule.

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