Elecciones generales en Cuba
Sin urna de cristal: elecciones y democracia en Cuba
Los gobernantes escogidos no reciben ningún tipo de gratificación económica por su labor y deben rendir cuentas periódicamente antes sus votantes
Félix JULIO ALFONSO Historiador y ensayista cubano
En la república burguesa, que rigió en Cuba entre 1902 y 1958, la división de las fuerzas políticas y el sometimiento de las elites gobernantes a los Estados Unidos, mediatizaron el derecho ciudadano de elegir a sus representantes, y poco podía hacer el hombre común para pedirles cuentas por sus acciones. Las elecciones en la Cuba prerrevolucionaria, desde los cargos municipales hasta la más alta magistratura, eran frecuentemente manipuladas y falseadas para entronizar en el poder a partidos o caudillos. Otras veces el orden burgués, refrendado en las urnas, fue violentado por golpes militares que dañaron la legitimidad del sistema oligárquico y su capacidad de maniobra para reproducir la dominación.
La Revolución Cubana, que hizo dueños del país por primera vez en su historia a los que producían la riqueza de la nación, y barrió con las clases parasitarias y sus prácticas politiqueras, ha mantenido durante casi medio siglo el consenso entre gobernantes y gobernados sobre la base del más estricto respeto a la verdad y escuchando el parecer del pueblo en la toma de decisiones. La idea de Marx, en ``El manifiesto comunista'', de que todos los miembros de una sociedad, libres e iguales, participaran plenamente del gobierno, de un modo transparente y directo, y con capacidad para controlar las medidas de sus dirigentes y en caso necesario revocarlos, es la idea de democracia que define las largas luchas por acceder a ella desde los presupuestos del socialismo, y que Cuba practica con singular vocación.
Esa tradición, martiana y marxista, es la que nutre el sistema democrático cubano, cuyas bases descansan en la inscripción universal y gratuita de todos los ciudadanos al cumplir los 16 años; la postulación de los candidatos por los electores desde la base; la ausencia total de discriminación para ser electo, bastando solo el mérito y la capacidad; el destierro de la politiquería y de campañas electorales movidas por intereses espurios o maquinarias finan- cieras, y la más absoluta limpieza y transparencia en los comicios. A ello se une el hecho de que los gobernantes escogidos no reciben ningún tipo de gratificación económica por su labor, y deben rendir cuentas periódicamente de su gestión a los votantes.
Pero en Cuba el ejercicio de la democracia rebasa con mucho el momento de las elecciones, y se traduce en las miles de acciones colectivas, asambleas, reuniones y debates que los trabajadores, los campesinos, las mujeres, los intelectuales, los estudiantes y los niños realizan de manera cotidiana para resolver sus problemas específicos, y la manera en que se articulan sus aspiraciones y necesidades con las de la sociedad en general.
El proceso de discusiones a nivel de barrios, de centros de trabajo y de las principales organizaciones políticas, promovido a raíz del discurso de Raúl Castro el 26 de julio de 2007 en Camagüey, y realizado en meses recientes, es una prueba más de la profunda vocación participativa, de libertad y de consenso que existe entre la máxima dirigencia de la Revolución y el pueblo.
Los comicios de este 20 de enero, pondrán nuevamente a prueba la capacidad soberana de los cubanos para ejercitar su derecho a votar, de manera consciente y libre, a quienes tendrán sobre sí la responsabilidad de dirigir, en contacto permanente con las masas, los destinos del país y salvaguardar la soberanía y la independencia de la patria.