Floren Aoiz Escritor
Con todo lujo de detalles
Como ya escribí hace tiempo, un ex alto cargo del ministerio español de Interior y Justicia (en aquella época dirigido por Belloch) confiesa en un libro que en una reunión del llamado mando antiterrorista se evaluó la conveniencia de seguir actuando «con red», según este señor (López Agudín), «el eufemismo que se emplea para designar los malos tratos y la tortura». De libro a libro, Garzón y un tipo cuyo nombre no me voy a tomar la molestia de buscar en Internet han escrito uno sobre los torturadores ¡chilenos y argentinos!, por supuesto, ¡no iba a ser sobre los españoles! De esos Garzón no entiende, claro, porque como todo el mundo sabe en el reino de España no se tortura.
Supongo que no hablarán de las conexiones entre los policías de las tres dictaduras, porque el Estado español fue una dictadura y sus jueces, policías y demás cargos lo eran de una repugnante y criminal dictadura, fruto de un golpe de estado fascista. Algunos, como si tal cosa, ahora jueces, policías y políticos democráticos, se indignarán ante los testimonios de las atrocidades cometidas en Chile y Argentina. Como se escandalizarán otros que acto seguido firmarán la orden de prorrogar la incomunicación de algún detenido. Eso es para algunos democracia y estado de derecho. ¡Olé! Aquí no se tortura. Aquí los detenidos experimentan una insoportable necesidad de contar a policías, guardias civiles y ertzainas todo tipo de delitos, incriminándose voluntariamente para pasar el resto de su vida en la cárcel, y aportando gentilmente información sobre sus colaboradores y el emplazamiento de sus escondites. Lo que nadie se explica es por qué estas mismas personas, si son detenidas en el Estado francés, ¡no declaran ni cómo se llaman! Será por patriotismo, patriotismo español, se entiende. A los «gabachos», ¡ni agua!
No hay atisbo de maldad cuando Rubalcaba señala que los detenidos confesaron con todo lujo de detalles. Tampoco en «El País» cuando afirman que «Sarasola dice...». Es pura descripción, el relato de una fluida conversación entre «terroristas» abrumados por sus culpas y «confesores» comprensivos decididos a contribuir a liberarlos de la pesada carga del mal realizado.