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Maite SOROA | msoroa@gara.net

Para tapar la tortura

Para que la tortura encuentre acomodo en un régimen político es preciso el calor suficiente de los creadores de opinión pública. Se trata de negar la mayor y, si se demuestra, falsear la realidad. Al final, cuando todo se ha desmoronado, llega la fase de la justificación. Ayer Edurne Uriarte, en “Abc”, lamentaba que «si los etarras denuncian (...) a los cuerpos policiales, la consecuencia es completamente diferente. Los denunciados se convierten en sospechosos. Sistemáticamente. Sea cual sea el origen de la denuncia, aunque proceda de peligrosos asesinos que siguen, además, un manual de instrucciones de su banda para denunciar torturas. Por el bien del Estado de derecho, que se investigue, nos dicen, un noble deseo que, afortunadamente, sus defensores no aplican a sus colegas de la prensa, del ámbito intelectual, de los movimientos sociales, de la justicia y de tantos otros lugares». O sea, que no se debe investigar la denuncia del tormento. ¡Bravo, Edurne! Y, además, lo teoriza: «Se trata del doble rasero de la tortura, una actitud que tiene una significativa trascendencia puesto que ha sido defendida por bastantes personas enormemente respetables desde el punto de vista ético e intelectual. Y que, sin embargo, creo que se equivocan. No toda llamada a conocer la verdad, a investigar, a llegar hasta el final, es democráticamente impecable. Ni mucho menos buena para la democracia y los derechos humanos».

Por si no se hubiera entendido, se explaya: «Si un violador reincidente pide que se investigue la actitud ‘sospechosa’ de su última víctima y consigue, además, que el escándalo se traslade a ella, la salud del Estado de derecho tiene un evidente problema. De discernimiento, de defensa de sus pilares, de reparto de culpas entre delincuentes y víctimas, de lastimosa manipulación de la justicia». No ha acertado con el ejemplo. Y llega el clímax de la manipulación: «En su libro “Cómo hemos llegado a esto. La crisis vasca” (2003), José Luis Barbería y Patxo Unzueta relatan, entre otros, la historia del etarra Unai Romano, (...) Los grupos etarras empapelaron las calles del País Vasco con una fotografía de su cara tumefacta. Amnistía Internacional (...) incluyó el caso en su informe sobre España. Pero el médico forense concluyó que se había autolesionado. Y el propio etarra reconoció parcialmente que, en efecto, se había autolesionado». Miente Uriarte, como mintió el forense. Y cuando se demuestre que se ha torturado, lo justificarán en nombre de su bendita «democracia». Ya lo verán.

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