Javi Ruiz Activista social
Renunciar al dominio machista
No tenemos referentes positivos para el cambio. Vamos a tener que hacerlo humildemente bajo la tutela de las mujeres. Pero ellas tampoco tienen demasiados referentes de cómo ha de ser una relación igualitaria
Somos muchos los hombres que queremos renunciar al dominio patriarcal sobre las mujeres. Hemos llegado a esta conclusión desde que comenzamos a escuchar, asumir las quejas, las reivindicaciones, las luchas, el dolor y la muerte de las mujeres que genera nuestro dominio machista.
Esta renuncia nos sitúa en el mismo trance que viven las personas enganchadas a alguna droga cuando quieren dejarla. Reconocen su problema, piden ayuda para salir de su problema, pero tienen mucho trabajo por delante para evitar que se reproduzca. Son muchos cientos, miles de años de dominio, de educación, de sociedad, de política, de sexualidad, de modelos, de roles, de mimetismo, de violencia... machista. El machismo ha conseguido reproducirse así mismo. Es uno de los denominadores comunes de lo que llaman civilización.
No tenemos demasiados referentes positivos para el cambio. Vamos a tener que hacerlo humildemente bajo la tutela de las mujeres. Pero ellas tampoco tienen demasiados referentes de cómo ha de ser una relación igualitaria. No en vano han tenido, tienen que soportarnos dominándolas. Muchas están estigmatizadas muy negativamente con las consecuencias de la nefasta mentalidad machista.
En este punto podríamos preguntarnos cómo sería la historia sin dominio machista en lo económico, en lo sexual, en lo social, en lo natural, en la redacción de la historia. ¿Habrían existido las clases, las guerras, el hambre, la riqueza, la esclavitud sexual, las leyes, las violencias de subyugación, la especulación, las actuales demarcaciones territoriales, la actual organización social...? O mejor aún ¿cómo sería el presente sin dominio machista?
Otro elemento preocupante: aunque muchos de nosotros queramos cambiar estamos llegando tarde. Los hombres adolescentes y jóvenes ya dan claras muestras de su machismo.
El machismo está tanto en los estratos sociales ricos como en los pobres. Lo accionan tanto hombres con licenciaturas universitarias como otros con licenciaturas de reformatorios o cárcel. Las sociedades «civilizadas» o «en vías de ser civilizadas» son caldo de cultivo del machismo.
Observemos con detenimiento cualquier medio de comunicación, sus imágenes, sus roles, la primacía persistente, agobiante del hombre sobre la mujer en cualquier noticia. Observemos el lenguaje. Observemos la composición de los órganos de gobierno, de decisión. Observemos la composición de las estructuras administrativas, empresariales, educativas, carcelarias, familiares. En este caldo de cultivo los hombres jóvenes no hacen más que reproducir, mimetizar lo que les bombardea a diario, a cada instante de su incipiente vida: la supremacía del hombre sobre la mujer.
Romper con el machismo, con la supremacía del hombre sobre la mujer, requiere una revolución de revoluciones. Se necesita más que un cambio de modelo educativo, social, cultural. Romper con el machismo social, cultural, colectivo, implica hacer un modelo nuevo de sociedad, también en lo económico.
El machismo no habría tenido cabida en una sociedad donde la riqueza y sus atributos no fueran «el premio de los mejores», ni tan siquiera un premio, ni tuviese la legitimidad que se le ha otorgado. Acabar con el machismo requiere acabar con la competitividad entre personas siempre diferentes, acabar con todo tipo de subyugación y con las fobias de nuestra especie hacia el resto de la Naturaleza. Las reformas del machismo sólo producen machismo reformado. Contra el machismo no valen las políticas de poco a poco, del mal menor, de la resignación. Ningún hombre estamos exentos de ejercer hoy la prevalencia del machismo en mayor o menor medida. Muchas actitudes,programas, leyes aparentemente antimachistas están impulsadas, dirigidas, financiadas por hombres y presentadas, divulgadas, defendidas por mujeres.
No necesitamos un hombre nuevo sino un hombre consciente de sus errores, sus incertidumbres, su fuerza y su poder. No podemos hacer como si ninguna de las secuelas del machismo no fuera con nosotros «los buenos hombres». Formamos parte de una especie que hasta debe de dejar de llamarse «humana» si de verdad queremos la igualdad.
Nuestra buena voluntad de hombres contra nuestro poder machista es el primer gateo. A partir de ahí nos queda un largo y duro camino donde -con humildad- hemos de escuchar y entender a las mujeres en su lucha contra el machismo. Sólo así podremos compartir en igualdad con ellas esa lucha e iniciar la ardua tarea común de hacer una revolución de revoluciones.