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Martin Garitano Periodista

Las mentiras de Loiola

Alega Zapatero, en beneficio de su errática estrategia durante el proceso frustrado, que «es tal el rechazo que me produce la violencia» que tal vez apostó más que sus antecesores y más aún de lo que hubiera convenido a sus intereses electorales. Nada más lejos de la realidad. Fue Josu Jon Imaz -y le sigue en la cantinela Iñigo Urkullu- quien puso en circulación otro de los asertos-consigna de estos tiempos. Dijo aquel -y lo repite su sucesor- que en Loiola «casi tocamos la paz con las yemas de los dedos». Tampoco es cierto, como se pudo comprobar al final. Coinciden las dos versiones en cargar el peso de la responsabilidad del fracaso que hoy lamentamos en los independentistas. En unos casos se atribuye a Batasuna, en otros a ETA y no falta quien lo mezcla todo en un cóctel, tan al gusto de Garzón. La realidad, sin embargo, es bien otra. Más triste si cabe.

El pretendido sincero repudio de Zapatero hacia la violencia de ETA no se ha correspondido con una actitud seria, sincera y decidida para que, mediante el diálogo y acuerdo democráticos, concluyera esa etapa. El pavor al PP, la obsesión de su sanedrín por los sondeos de opinión, el descontrol de sus propios medios de comunicación, las tensiones internas del siempre jacobino PSOE... le han forzado a un peligroso juego consistente en tratar de engañar a todo el mundo -ora por turnos, ora a todos a la vez- con el que sólo podía pretender ganar tiempo hasta estas próximas elecciones. En ese delirante plan, el desgaste de ETA vendría de la mano de la herrumbre del tiempo en las armas y con el nuevo acuerdo con el PNV -debidamente peinado a la catalana- Zapatero se permitía imaginar un paisaje de estabilidad política y territorial para, al menos, una nueva generación.

Por eso mismo faltaron a la verdad Imaz y Urkullu al asegurar que en Loiola la paz estuvo al alcance de la mano y se escurrió entre los dedos por la intransigencia de los independentistas. La dura realidad es que bastó una pregunta, la demanda de una concreción sobre los aspectos ambiguos del texto para desnudar las intenciones de todos. Las de Zapatero y, también, las de su fiel escudero jelkide. Se emboscaban en la ambigüedad del papel para perpetrar un nuevo Abrazo de Bergara. Y eso, no.

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